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martes, 13 de febrero de 2018

VEN A MÍ DULCE PAN DE LA VIDA



           Este canto eucarístico es del tiempo del porfiriato mexicano, de los compositores oaxaqueños Tomás Espinosa Corro y el pbro. José Cantú Corro, de donde se explica su marcado estilo romántico de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Cuenta con un estribillo y diez estrofas con versos decasílabos. A pesar de tener un compás cuaternario, su acento en los tiempos 1° y 3° dan un sentido de marcha que le da su carácter de canto procesional.

Es el clásico “canto de abuelitas”; bueno, de las abuelitas o bisabuelitas de nuestra generación, a las que les tocó todavía las celebraciones litúrgicas preconciliares, con velo y rosario en la mano. Canto de los tiempos de “Bendito, bendito”, “Altísimo Señor”, “Oh buen Jesús”, “Amante Jesús mío”, etc.

Desafortunadamente, los coros de hoy en día, desdeñan este tipo de cantos por considerarlos anticuados y aburridos, yo mismo debo confesar que, a pesar de conocerlo desde hace 30 años, no había considerado integrarlo en el repertorio del coro hasta este año por la misma razón. Todavía ahora vemos a este canto como “un canto aparte”, no bonito, un tanto sufrido y a decir de algunos, canto de serenata del siglo pasado y es que sí, no esconde su estilo porfiriano. No lo niego, a simple vista puede ser un canto feo, feo, feo.

            Sin embargo, creo que este tipo de cantos no debería desaparecer de la liturgia. Aunque su estilo musical es notoriamente de finales del siglo XIX, este tipo de cantos fueron compuestos en un período en el que no cualquiera componía cantos litúrgicos y se cuidaba el estilo literario de la letra, además de su contenido teológico. Nada que ver con los modernos “inventos y experimentos” de actuales compositores, sin mucho cuidado en el estilo musical y cuyas letras son más sentimentaloides que devotas, imitando en mucho el estilo “pop” de hoy en día.

La teología de este canto la abordaremos desde varios ángulos, el primero de ellos lo constituyen los títulos que se le dan al Señor: Sacramento adorable, Verbo Santo, Delicia de Dios, Angélico pan de los cielos, Cordero, Maná de los cielos, Lirio del Valle de Hebrón, Pastor adorable, Esposo del alma, Dios del amor.

En primer lugar, es también una costumbre de los cantos de esa época nombrar al Señor con diferentes títulos, unos clásicos de la teología católica y a los que estamos muy acostumbrados (Verbo Santo, Cordero, Maná de los cielos, Pastor adorable, Dios del amor), y otros títulos, inspirados en la devoción particular del autor y no tan utilizados (Sacramento adorable, Delicia de Dios, Lirio del Valle de Hebrón, Esposo del alma). Por estar poco familiarizados con ellos y poseer una gran profundidad teológica, estudiaremos específicamente éstos últimos:

Sacramento adorable: Aunque el título de Sacramento, no es ajeno a nosotros, el hecho de que se acompañe con el adjetivo “adorable” destaca, además de su carácter de alimento (Comunión-Banquete), la presencia permanente de Jesús en la Hostia consagrada, su cualidad de quedarse en las especies sacramentales para ser adorado, y de manera indirecta, el aspecto sacrificial de la Misa. La Misa, además de banquete, es sacrificio; el mismo sacrificio de la cruz, totalmente reverenciable y adorable.  Este ha sido un aspecto poco reflexionado en los últimos años, lo cual ha hecho que, en mi opinión, hayamos perdido la debida reverencia en nuestra liturgia: ¡Asistimos al mismo sacrificio del Calvario, y muchos lo hemos olvidado!, de ahí que veamos este canto necesario para ser rescatado en nuestras celebraciones eucarísticas.

Delicia de Dios: Recordemos que es un canto a Cristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, la cual, se encarnó, se hizo obediente hasta la muerte en cruz y resucitando restauró la vida; dando a Dios Padre, en este acto, una Gloria infinita. Este Verbo Eterno representa, por así decirlo, la única obsesión del Padre. Nada puede ser agradable a Él si no es por Cristo, Él es la única realidad en la que el Padre se regocija y se glorifica a sí mismo. Por ello, Cristo es la delicia de Dios Padre, nada hay en el universo más preciado para Él que su Hijo. Y he aquí que, ¡Oh maravilla!, esta Delicia de Dios, está disponible para ser recibido por nosotros.

Lirio del Valle de Hebrón: Tal vez el título más oscuro de este canto. Para desentrañarlo deberemos saber que la ciudad de Hebrón era la segunda ciudad más importante de Judá, después de Jerusalén. Es el lugar que el patriarca Abraham le compró a Efrón, el hitita, para enterrar ahí a su esposa, Sara. Su mención nos remite directamente a los orígenes del pueblo de Dios. Es una de las seis “ciudades refugio”, a las cuales podían acudir los asesinos para reclamar el derecho de asilo (Num. 35, 6-32; Deut. 4, 41-43; Jos. 20, 1-9). Al llamar a Jesús Lirio del Valle de Hebrón, estamos diciendo muchas cosas: Jesús es el lirio, planta que crece de forma recta, cuya flor blanca representa la rectitud y pureza sin mancha, es el Cordero sin pecado al que, no obstante su santidad, podemos siempre acudir como criminales que somos a implorar socorro y perdón y con quien podemos confiar que siempre seremos tratados con misericordia. Por ello, el canto le dice al Señor en esa estrofa: “aquí tienes un alma que gime de placer al oír tu perdón”.

Esposo del alma: Un título que nos recuerda inmediatamente al libro del Cantar de los Cantares que en San Juan de la Cruz representa a Dios como el Esposo del alma del cristiano, matrimonio místico consumado en la Sagrada Comunión cada vez que nos acercamos a este Sacramento. Un amor indecible de Dios que viene a mí y que espera, en justa correspondencia, una total entrega de mi alma a su Amor.

La sola consideración de los títulos utilizados en este canto es suficiente para permitir al alma entrar en un estado de contemplación de la Majestad Divina en el momento de la Comunión, ya sea como preparación a la misma, acción de gracias por el Sacramento recibido o para adentrarse en el Misterio mediante una Comunión Espiritual. Sin embargo, hay más profundidad en la letra de este canto:

            El canto presenta dos realidades, cada una en dos posiciones totalmente opuestas: Por un lado: Dios, Inmutable, Eterno, todo Luz y Todopoderoso, en contraposición del hombre, frágil, efímero, en tinieblas y débil. La vida del hombre es presentada como sufrimiento, fatiga, aflicciones, noche de horror de la cual el hombre no puede salir por sus propias fuerzas. Sin embargo, hay un movimiento iniciado por Dios, manifestado en el “ven” que se repite catorce veces en todo el canto, es Dios quien da el primer paso en dirección al hombre, pero requiere la fe por parte de éste, una fe que lo llama: “ven”, “levantamos a ti nuestra voz”.

            La cuarta estrofa, de manera particular presenta una imagen muy sugerente para mí: “Tu que formas un cielo en la nada,  a mi nada, ven luego, Señor”. Dos abismos: un abismo Todopoderoso, Dios, quien con su sola presencia hace que la nada sea todo un paraíso, y otro abismo: un abismo vacío, mi propia nada, a la que sin embargo, Dios puede llegar convirtiéndola en un castillo interior (alcázar) en donde reine sólo la Gloria y Honra de Dios. Eso sucede cada vez que recibimos al Señor en la Comunión.

            Y así, como hemos visto, la letra de este canto da tela para muchas reflexiones, privilegio de este tipo de cantos: llenos de sentido y devoción, fruto de muchas horas pasadas de rodillas a los pies de nuestro Señor. Mucho se podría agregar, pero es preferible, acercarse uno mismo a este canto e ir saboreando, rumiando y asimilando poco a poco, a través de una lenta y honda reflexión las profundidades de la doctrina en él encerrada, y qué mejor que esta reflexión pueda darse en el contexto para el cual este canto fue creado: La Santa Misa…

            …Por eso, es necesario volverlo a cantar cuantas veces sea posible.

VEN A MI, DULCE PAN DE LA VIDA
VEN, CONSUELA MI AMARGO DOLOR
SOY LA OVEJA QUE ANDABA PERDIDA
LEJOS, LEJOS DE TI, MI SEÑOR.

Sacramento adorable y divino,
Verbo Santo, Delicia de Dios;
para hallar la salud y la vida,
levantamos a ti nuestra voz.

Ven, Angélico Pan de los cielos,
a las almas que van de ti en pos;
ven al hombre que gime en la vida.
la amargura de tanto dolor.

Soy el hombre que va fatigado
de la vida de tedio al rigor;
voy llorando mi cielo perdido
en el mar de una fiera pasión.

Tú, que formas un cielo en la nada,
a mi nada ven luego, Señor;
y convierte las sombras en luces
y mi pecho en alcázar de Dios.

Ven, Cordero de dulces baladas,
Ven, alivia mi grande aflicción:
Ven, herido en el mundo y mis penas
se disipan oyendo tu voz.

¡Bienvenido, Maná de los cielos!
Blanco Lirio del valle de Hebrón
aquí tienes un alma que gime
de placer al oír tu perdón.

Soy mendigo que busca en la noche
de su larga ceguera de horror,
una luz que me lleve seguro
a los altos confines de Sión.

Ven Pastor adorable, ven tú;
ni un momento me dejes, no, no;
ven y manda que esta alma te adore
porque tuyo es su afecto y su amor.

Ven Cordero blanquísimo luego,
porque mi alma se muere de amor;
ven, te dice, mi Esposo querido;
ven, y juntos iremos los dos.

De rodillas cantemos el triunfo
y la gloria del Dios del amor,
que bajó por salvar a los hombres

hasta el pecho del mas pecador.