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miércoles, 8 de septiembre de 2021

¿Se puede cantar el Ave María en Misa?



     Este día la Iglesia celebra la Natividad de Nuestra Señora y quisiéramos aprovechar la oportunidad para tocar un tema que suele ocasionar confusiones en no pocos coros y uno que otro ministro ordenado.

    Nos referimos al canto del Ave María dentro de la Misa. Existen no pocas personas entendidas en liturgia que de manera enfática sostienen que, siendo la Misa una celebración Cristocéntrica, no existe en ella lugar para cantos a Nuestra Señora, específicamente para el Ave María; lo anterior debido a que, atendiendo a la índole del momento, el canto de entrada sólo puede hablar de convocatoria, asamblea, Iglesia, camino en común; el canto de ofertorio únicamente debe tratar de pan, vino, ofrenda, presentación de dones; y el canto de comunión debe ser exclusivamente eucarístico, luego, la única opción posible, es cantar algo a María a la salida, debido a que ese canto es un agregado que no contempla la liturgia.

    Y no es verdad, al menos no absolutamente. La Instrucción General del Misal Romano (IGMR) establece las pautas para la elección de los cantos del propio de la Misa, y al hablar de los cantos de entrada, ofertorio, y comunión, remite (antes incluso que atender a la índole del momento litúrgico) al Graduale Romanum como primera opción y al Graduale Simplex en segunda opción: Se puede emplear, o bien la antífona con su salmo como se encuentra en el Graduale Romanum o en el Graduale simplex” (IGMR 48). Ambos son el compendio de los cantos gregorianos que la Iglesia propone para todas las Misas del año; el primero, como opción para coros con mayores capacidades musicales e interpretativas, y el Graduale Simplex, como su nombre lo indica, con versiones más sencillas de los cantos para coros y comunidades más modestas.



       Si revisamos ambas opciones, encontraremos que en las Misas propias de la Virgen (Solemnidades, festividades, Celebraciones de Santa María en sábado) la antífona del Ofertorio es el “Ave María” y la antífona de Comunión es “El Magníficat” ambas en sus versiones gregorianas. Lo mismo sucede en el Gradual Simplex: el Ave María se propone en su versión simplificada (muy bella por cierto) cantada a manera de estribillo acompañando al salmo 84: “Está ya cerca nuestra salvación y la gloria del Señor habitará en la tierra…” y es que el Misterio de María, Virgen y Madre, es prenda y anuncio de la salvación prometida por Dios, como lo escribe la Venerable Sor María de Jesús de Agreda, Dios quiso que Nuestra Señora fuera concebida y naciera para obligarse a acelerar y cumplir la promesa de enviar al Salvador. Por eso es muy propio que el Ave María acompañe el salmo que anuncia los signos propios del tiempo mesiánico: “La misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron, la fidelidad brotó en la tierra y la justicia vino del cielo”.

    Cabe aclarar que estamos hablando de la versión gregoriana del Ave María, si queremos introducir una versión diferente, habría que revisar tanto el texto como la melodía de dicha versión musicalizada, para verificar que sea apta para utilizarse en la litúrgia (vamos, no vayamos a utilizar cualquier canto sólo porque dice "Ave María"). 

   De igual forma, el canto del Magníficat para el momento de la Comunión es apropiado en las festividades de Nuestra Señora, considerando que, al celebrar a los santos, en definitiva celebramos la santidad de Dios reflejada en ellos, a su vez, atendiendo que el Magníficat no es un canto de alabanza a María, sino un canto de alabanza a Dios, podemos concluir que, con su canto, pedimos a Nuestra Madre sus palabras para bendecir a nuestro Señor.


   
    De manera que, sí, se puede cantar el Ave María y el Magníficat en las Celebraciones Eucarísticas de Nuestra Señora y lejos de ser incorrecto, por el contrario, es propuesto por la misma Iglesia según los libros litúrgicos vigentes como la opción ideal para cantar durante la Presentación de ofrendas y la Comunión de las fiestas marianas.

jueves, 5 de agosto de 2021

 

El viacrucis de buscar cantos de ofertorio.

     Es común en muchos coros: se nos complica tener suficientes cantos de ofertorio. Lo sabemos, se ha generalizado utilizar para este momento cantos que reflejen el momento litúrgico que se está celebrando (ofrecimiento, pan y vino, presentación de dones, esfuerzo y trabajo de la asamblea, etc.), pero aun así resulta complicado construir un repertorio abundante y eso que hoy en día las composiciones para este momento ya son muchas más que hace 10 años, aún así, los coros estamos un poco cortos en cantos para este momento.    

    ¿Cuál fue el caminar de nuestro coro, en cuanto a los cantos para este momento litúrgico? Lejos están los días en los que de jóvenes acostumbrábamos cantar para el momento del ofertorio los cantos que habíamos heredado de los coros anteriores a nosotros. Bien podrían ser cantos que no tenían ninguna conexión con el momento celebrado, pero por costumbre nos habíamos hecho a la idea que tal o cual canto siempre se había cantado de ofertorio… y había que seguir cantándolo en el ofertorio.

    El primer paso que dimos hace mucho tiempo fue utilizar para este momento cantos propios del tiempo litúrgico que se estaba celebrando, de manera que si estábamos en Adviento, tendríamos que utilizar un canto propio del Adviento, o Navidad, Cuaresma o Pascua, según fuera el caso, no importa que no hiciera alusión al momento celebrativo (la presentación de ofrendas) pero al menos sí reflejaba la temática y espiritualidad del Tiempo Litúrgico, y eso ya era ganancia. (Obviamente tuvimos que despedirnos con tristeza de muchos cantos que utilizábamos en este momento, pero que no tenía ningún sentido usarlos en la presentación de ofrendas).

    Por supuesto que teníamos cantos que tocaban los temas ya mencionados (Pan y Vino, ofrenda, comunidad que entrega sus dones, etc.) pero esos los dejábamos para el tiempo Ordinario, en los tiempos fuertes le daríamos primacía a la temática del Tiempo litúrgico.

    En épocas más recientes, cuidamos que el canto de ofertorio siguiera ambos caminos: que por un lado atendiera el momento celebrativo (la presentación de la ofrendas) y que al mismo tiempo respondiera al Tiempo Litúrgico (Adviento, Cuaresma, etc.) de manera que tendríamos cantos de ofertorio de Adviento, cantos de ofertorio de Pascua, etc. Eso complicaba más la situación, pues si hemos dicho que no son muchas las composiciones que responden propiamente al Ofertorio,  mucho menos son aquellas que responden tanto al momento del Ofertorio y al Tiempo Litúrgico. Así que tendríamos que seguir echando mano de cantos que al menos tocaran la temática del momento litúrgico.    


    Toda esta búsqueda, en el afán de contar con un repertorio para este momento, tendría su punto de inflexión el día en que hicimos lo que debimos haber hecho desde el primer momento: Consultar la Instrucción General para el uso del Misal Romano (IGMR), la cual establece las “normas” para cantarlo (caray, nunca lo había pensado: yo quebrándome la cabeza buscando cantos de ofertorio toda mi vida y nada, que la Iglesia ya tenía “normas” para estos cantos… ¡y normas que no conocía!.. y más aún: ¡normas que me sorprendieron!). Pues bien, vayamos a la IGMR en su número 74:

“Acompaña a esta procesión en la que se llevan los dones, el canto del ofertorio (cfr. n.37 b), que se prolonga por lo menos hasta cuando los dones hayan sido depositados sobre el altar. Las normas sobre el modo de cantarlo son las mismas que para canto de entrada (cfr. n. 48).”

¡Ah caray!, ¿también el canto de entrada tiene sus normas? Pues bien, me fui al número 48 de la IGMR:

“Se puede emplear, o bien la antífona con su salmo como se encuentra en el Graduale Romanum o en el Graduale simplex, o bien otro canto que convenga con la índole de la acción sagrada, del día o del tiempo litúrgico,[55] cuyo texto haya sido aprobado por la Conferencia de los Obispos.”

     De acuerdo; se establecen en el texto varias opciones para elegir el canto de entrada (y por consiguiente de ofertorio), según su orden de importancia o de idoneidad:

1.    La antífona con su salmo como se encuentra en el Graduale Romanum.

2.    La antífona con su salmo como se encuentra en el Graduale simplex.

3.    Otro canto que convenga con la índole de la acción sagrada (momento del ofertorio).

4.       Otro canto que convenga con la índole del día que se celebra (Solemnidad, Fiesta, memoria, etc.).

5.       Otro canto que convenga con el tiempo litúrgico (Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua).

(Estas tres últimas opciones, con la condición de que el texto haya sido aprobado por la Conferencia de Obispos).

     Nada en la IGMR es casual, ni siquiera el orden en que se enumeran las opciones para el canto de ofertorio: si en primer lugar se enumera el canto de la antífona con su salmo, tal y como se encuentra en el Gradual Romano, es porque es la opción ideal, si no se puede, se puede elegir la antífona que aparezca en el Gradual Simplex, si no, iremos eligiendo las opciones que nos ofrece la IGMR; cada una de ellas, aunque correcta, será menos deseable en contraposición con las primeras opciones.

     Perfecto, entonces a buscar en el Gradual Romano, pero… ¿qué es Gradual Romano? Trataré explicarlo brevemente: En 20 siglos de vida, la Iglesia ha atesorado un sinfín de música para la litúrgica, estos textos y música escrita por santos, místicos, teólogos, Abades, Obispos, monjes, músicos y un sin fin de hijos es de la mayor variedad que podamos imaginar: Salmodias, canto ambrosiano, canto galicano, canto romano, canto gregoriano, canto mozárabe, canto bizantino, discanto, polifonía clásica y contemporánea, motetes, canto renacentista, las grandes obras maestras de la música sacra, canto religioso popular y un largo etcétera. Pues bien, a principios del siglo XX el Papa San Pío X estableció las condiciones que toda música digna de la liturgia debe tener, dejando claro que la máxima expresión la música sagrada estaba contenida en el canto gregoriano, el cual debería ser considerado como la forma ideal de canto litúrgico, encargando a los monjes benedictinos de la Abadía Francesa de Saint Pierre de Solesmes la responsabilidad de editar los libros que recogieran los cantos gregorianos que habría que utilizar en las Misas y acciones litúrgicas de la Iglesia. El resultado del trabajo de los monjes de Solesmes fue el “Graduale Romanum”, que contiene los cantos propios de la Misa durante todo el año litúrgico. Con el tiempo se editaron nuevos libros, como “El Graduale Simplex”, con versiones más sencillas de los cantos, pensados para coros de parroquias más modestas, que no tuvieran capacidad para interpretar las versiones del Gradual Romano.

     Después de este largo paréntesis, debo decir que acudir al Gradual constituyó para nosotros un rompimiento de paradigmas, por tres razones:

La primera, el idioma: Es cierto, resulta que los cantos del gradual romano son todos (pero en verdad, TODOS) en latín. Y aunque sabíamos de antemano que el latín es el idioma oficial de la Iglesia, también es verdad que no es que en la Iglesia lo usemos mucho, de hecho, no lo usamos de ordinario, incluso parecería que lo quisiéramos olvidar y que en muchos casos lo hemos olvidado por completo. De manera que, paradójicamente, cantar en el idioma de la Iglesia para muchos (incluidos sacerdotes y obispos) resulta ser impopular, raro, inapropiado, anticuado, antipastoral por decir lo menos, porque hay quien lo consideraría incluso una herejía moderna. Pues en fin, ese fue nuestro primer obstáculo: vencer ese “bache” mental de nosotros mismos, luego, conseguir que los sacerdotes con quienes compartimos el servicio litúrgico también lo superaran.  

La segunda, la escritura musical: Ninguno de nosotros sabe solfeo, ni lectura de nota musical, y en notación cuadrada, menos… pero no hay nada que Youtube no pueda enseñar, imprimimos el canto que queremos sacar del Gradual y luego lo escuchamos una, y otra, y otra, y otra vez en youtube, siguiendo la “subida y la bajada” de los “cuadritos” y con eso es suficiente para aprender el canto. Con el tiempo hemos avanzado, y aprendido que esos “cuadritos” que suben y bajan conforman neumas y melismas (o iubilus), incluso a fuerza de repetir, hemos empezado a leer el tetragrama, pero para empezar a cantar gregoriano ni siquiera eso es necesario, (si realmente lo queremos hacer).

La tercera, el texto del canto: Para mi sorpresa, las antífonas de ofertorio no responden al momento litúrgico, ese fue un quiebre radical en mi apreciación de este canto. Por años se me enseñó y enseñé que el canto de ofertorio tiene que hablar de pan, vino, ofrenda, trabajo del hombre, etc., viene el Gradual Romano y nos presenta un texto siempre tomado de la Sagrada Escritura y acompañado de un salmo, pero... ¿y el pan?, ¿y el vino?, ¿y nuestra ofrenda? a primera vista, nada, no aparecen, sólo textos de alabanza a Dios tomados de la Escritura. En un primer momento desconcierta y en un segundo momento es chocante, podría pensarse incluso que esta situación se debe a que el gradual responde a la estructura litúrgica preconciliar y adolece de los "errores" litúrgicos de entonces, pero, resulta que el Gradual está editado posteriormente y por instrucciones del Concilio Vaticano II y considerando ya la reforma litúrgica, además, lo sigue indicando la IGMR del misal romano en su tercera edición típica que es la vigente, entonces, ¿se les pasó ese "pequeño" detalle a los revisores? 

   Pero pensándolo más a fondo, ¡tiene todo el sentido del mundo!: el canto de ofertorio acompaña la procesión de ofrendas, la cual está llena de gestos y símbolos: la procesión de las ofrendas, el sacerdote realiza las oraciones del ofertorio en silencio, la presentación de dones por parte del sacerdote, la incensación de las ofrendas, toda la temática del pan y vino están ante nuestros ojos, ya la índole del momento la tenemos presente, sin necesidad de que haya un estímulo auditivo (a sea, un canto) que venga a descubrirnos lo que ya es evidente y obvio porque está sucediendo en el altar; ¿qué queremos cantar en ese momento? ¿un canto que redunde lo que ya tenemos ante nuestros ojos, o presentar al Señor nuestra ofrenda con un cántico tomado de su misma Palabra Divina?.. cuando descubrimos eso y lo entendimos, nos empezaron a saber a poco los cantos que usábamos antes; bien intencionados, sí, algunos incluso muy bellos, pero…  la palabra humana de los compositores, comparada con la misma Palabra de Dios que nos propone el Gradual, resulta insuficiente y pequeñita bajo cualquier punto de vista.

     El cantar la antífona de ofertorio, que con la reforma litúrgica fue relegada casi hasta el olvido (al menos las antífonas de entrada y de comunión, se sugieren de alguna manera en los mismos Propios del Misal, aunque tampoco se canten, pero al menos ahí están, cosa que no sucede siquiera con la antífona del ofertorio, yo ni siquiera sabía que existía). El retomar, decía, la antífona del ofertorio, ha dado un sentido diferente a este momento: nos descubre, no sólo el “qué” estamos haciendo (cosa que hacen la mayoría de los cantos de ofertorio que todos usamos), sin embargo, la antífona de ofertorio nos descubre además el “para qué”, o mejor dicho el “para Quién” hacemos lo que estamos haciendo. Nos hace despegar la vista de las ofrendas, pan y vino y con ellas nuestro trabajo y nuestra vida, para empezar a fijar la mirada más bien en Dios Padre, en su Gloria, en su Voluntad, realidades ante las que cualquier ofrenda nuestra debe desaparecer, para centrarse sólo en Dios.

    Es por eso que ya no resulta un quebradero de cabeza para nosotros estar buscando cantos de ofertorio, el Gradual ya tiene la respuesta, semana a semana, y si alguna vez la antífona propuesta nos parece muy complicada, nuestra Madre la Iglesia nos consciente ofreciéndonos en el graduale simplex una opción más acorde a nuestra posibilidades vocales, quizá esta otra opción no será la mejor, pero si la segunda mejor según la IGMR, mucho mejor incluso que los cantos que hablen del momento litúrgico, el día o el tiempo litúrgico, con todo y que éstos últimos siguen siendo correctos, pero… ¿Por qué no buscar ofrecer a Dios lo mejor?

lunes, 5 de julio de 2021

Una espiritualidad desde la liturgia cantada

 


         La vida del cristiano debe ser un continuo caminar para alcanzar en sí mismo la estatura de Cristo, es decir, llegar a encarnar en su vida propia las palabras del apóstol “ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”(Gal 2,20). Llegar a reflejar en nosotros, ante el Padre, la imagen de su Hijo amado es una labor en la que deberemos dedicar todos nuestros esfuerzos y representar para nosotros una santa obsesión: llegar a alcanzar la estatura de Cristo según la voluntad del Padre.

       Este trabajo, que nos ha llevar toda la vida, es lo que en teología espiritual se conoce como el camino ascético y místico de la vida cristiana, camino con el que permitimos que Dios vaya labrando en nuestra vida mediante su Espíritu Santo la imagen de su Hijo amado en nosotros. En esta labor, nosotros sólo ponemos de nuestra parte la cooperación libre de la voluntad y total entrega a su plan divino, casi nada, pero si no ponemos de nuestra parte ese “casi nada”, Dios no podrá poner el “casi todo” que a Él le corresponde.

     Para lograr este crecimiento en nuestra vida, la Iglesia, a lo largo de su historia milenaria, ha ofrecido a sus hijos, diferentes y variadas escuelas de espiritualidad, todas de probada eficacia, de acuerdo a las condiciones históricas y personales de cada uno de sus hijos. Sin embargo, todos estos diferentes caminos convergen en una sola realidad colosal e imprescindible para el cristiano: la celebración del Misterio de Cristo en su Liturgia. Llamamos Liturgia a la celebración de los siete Sacramentos de la Iglesia, (de los cuales la celebración Eucarística representa la cumbre y la fuente  de todos los demás), y la oración pública de la Iglesia, contenida en el Oficio Divino o también llamada Liturgia de las horas.

    Ningún camino espiritual que tenga como finalidad llegar a Dios Padre mediante el único camino otorgado a los hombres que es su Hijo Santísimo, Nuestro Señor Jesucristo puede prescindir de la Liturgia, ya que los Sacramentos son la vía ordinaria con la que Jesucristo derrama su Gracia sobre nosotros, Gracia sin la cual, el crecimiento espiritual es imposible, como lo dijo nuestro Señor: “Sin mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5)

    El cristiano tendrá entonces mucho cuidado de huir de cualquier espiritualidad (dentro y fuera de la Iglesia) que le presente un camino que no pase por la Liturgia, de manera particular por el Santo Sacrificio de la Misa.

   Cuando entendemos eso, nos damos cuenta del lugar protagónico que juega la celebración de la Eucaristía en nuestra propia santificación, ya que si consideramos que la Liturgia es la prolongación en nuestra realidad terrenal de la eterna Liturgia del cielo, resulta de manera natural llegar a la conclusión de que cada Misa a la que asistimos es la participación ya desde aquí y desde ahora de la Gloria que algún día esperamos tener en el cielo. La Iglesia, al celebrar el Misterio de Cristo, nos introduce en el cielo para gozar anticipadamente de la Gloria de los bienaventurados.


   Dentro de esta realidad colosal e inefable, la música (y si quisiera ser más exacto podría decir: el canto) ofrece un servicio singular a la Iglesia congregada para celebrar el Misterio: crea la atmosfera y permite expresar las verdades que suceden ante nuestros ojos, tanto para mostrarlas más claramente a los fieles, como también para que los fieles puedan expresar, como Iglesia que son, los mismos sentimientos de Cristo en su Sacrificio del cual están participando en esos momentos.

     Bajo estas consideraciones, nos es más fácil reconocer, el papel tan importante que tiene el canto en la celebración de la Santa Misa y la relevancia que tiene el ministerio del coro en ella, de ellos dependerá la claridad con que la celebración exprese su índole escatológica y espiritual de la cual hemos hablado en los párrafos anteriores. Si bien, sabemos que los Sacramentos, por ser acciones de Cristo, son en sí mismos eficientes para crear y otorgar la gracia, de manera que nada podemos hacer los hombres para otorgarle más valor a una acción ya perfecta y plena realizada por Jesucristo, también es verdad que la manera en que “vistamos” esa acción litúrgica, ayudará a la Iglesia a expresar y profundizar las realidades en ella encerradas, permitiendo a nuestros hermanos ir creciendo cada vez en la conciencia de estas realidades, crecimiento al que nos referíamos al inicio de esta reflexión.

      Si reflexionamos en lo que hemos escrito hasta ahora, reconoceremos que el canto litúrgico, o mejor dicho, la liturgia cantada es en sí misma un camino de crecimiento espiritual que nos permite adentrarnos en los misterios de nuestra fe, ayudándonos en nuestra tarea de cooperar en la obra de Dios en nosotros: nuestra propia santificación.

       Y quise precisar la “liturgia cantada” antes que “canto litúrgico”, para aclarar algo fundamental: el canto litúrgico, más que ser un elemento musical que agregamos a la liturgia o un repertorio con el que resolvemos “vacíos” que hay que llenar con “algo” para que la asamblea tenga algo que escuchar o cantar para que no se canse en la celebración, el canto litúrgico (decía) es parte integral de la misma liturgia (SC 112), es decir, es (debe ser) la expresión cantada de los mismos textos litúrgicos, para reflejar más fielmente su sentido, permitiendo llegar más profundamente al corazón de los fieles. En palabras más sencillas que usamos regularmente los coros: “Nosotros no cantamos en Misa, nosotros cantamos la Misa”.

     Es por eso que no es posible cantar cualquier canto dentro de la celebración de la Eucaristía, debemos ser muy cuidadosos y rigurosos en su elección, de manera que cada canto utilizado sea reflejo fiel de lo que la Iglesia quiere expresar a Nuestro Señor en ese momento, no olvidemos que, como decía el Beato Dom Columba Marmión: “la Liturgia es el diálogo de amor entre Cristo y su esposa, la Iglesia”, pues bien, los cantos que el coro elije en cada celebración, deben ser fieles a ese diálogo que la Iglesia nos propone. Insisto: No podemos cantar cualquier cosa sólo porque nos gusta o le gusta al sacerdote celebrante o a la asamblea, debemos atender qué nos pide cantar la Iglesia en ese momento específico.

    Para eso, el coro debe conocer las recomendaciones que la misma Iglesia propone para cada momento de la celebración (fidelidad al texto litúrgico en el caso de los cantos del ordinario  y de las aclamaciones de la celebración, utilización de las antífonas de entrada, de ofertorio y de comunión propuestas en el gradual, que el canto responda al momento litúrgico que se está celebrando y al tiempo litúrgico que se está viviendo, entre otros criterios más) recomendaciones que encontramos en la Instrucción General para el uso del Misal Romano (IGMR por sus siglas) el coro y director de coro que no haya leído estas instrucciones que nos da la Iglesia, debe empezar por leerlas y atenderlas si quiere ser fiel al ministerio que tiene encomendado. (Actualmente con la ayuda del Internet, sólo es necesario teclear en cualquier buscador “IGMR” para poder acceder a ese material tan valioso para cualquier ministro de la liturgia).

    Cuando el coro, fiel a las recomendaciones de la IGMR y atento a los textos recomendados por la liturgia, logra, como ya antes dijimos, “cantar la Misa” y no solamente “cantar en Misa”, brinda un invaluable servicio a la Iglesia, convirtiéndose en un instrumento por el cual da Gloria a Dios y coopera a la santificación de los fieles de su comunidad. Dichoso el coro que logra esto en las celebraciones en las que canta, de esta manera logrará hacer de la liturgia cantada un camino de crecimiento espiritual para los miembros del coro y de la asamblea a la que sirve.


   ¿De qué manera la música litúrgica crea escuela de crecimiento espiritual?, ¿cómo pueden los coros tomar este camino espiritual para sus integrantes y para la comunidad en la que ejercen su ministerio?, esto nos abre un escenario enorme, maravilloso y profundo que iremos barruntando con posteriores reflexiones, te invitamos a sumergirte en el amor entrañable de Dios encerrado en el canto sacro, el viaje apenas inicia y es maravilloso, como nuestro Dios, a Él la gloria por los siglos.

Rafael Sosa de Santiago
Coro Gregoriano Cristo Redentor
Parroquia Dios Padre
Diócesis de Ciudad Juárez
México


miércoles, 7 de marzo de 2018

Oveja perdida, ven



       
        Luis de Góngora y Argote (1561-1627) fue un poeta del Siglo de oro español, a la par de escritores como Lope de Vega, Tirso de Molina, Francisco de Quevedo, Calderón de la Barca y el gran Miguel de Cervantes.

            El Siglo XVI en España fue rico en toda clase de artes, y siendo la fe una parte imprescindible de la sociedad española de aquel entonces, fue una fuente inagotable para la creación artística.

          De ese tiempo nos llega un hermoso poema del ya mencionado, Góngora y Argote que, quienes sigan el repertorio del coro, seguramente reconocerán de inmediato:

Oveja perdida, ven
sobre mis hombros; que hoy
no sólo tu pastor soy,
sino tu pasto también.


Por descubrirte mejor
cuando balabas perdida,
dejé en un árbol la vida,
donde me subió el amor;
si prenda quieres mayor,
mis obras hoy te la den.

Oveja perdida, ven
sobre mis hombros; que hoy
no sólo tu pastor soy,
sino tu pasto también.


Pasto al fin tuyo hecho,
¿cuál dará mayor asombro,
el traerte yo en el hombro,
o llevarme tú en el pecho?
Prendas son de amor estrecho,
que aún los más ciegos las ven.

Oveja perdida, ven
sobre mis hombros; que hoy
no sólo tu pastor soy,
sino tu pasto también.

            Sí, es el texto de “Oveja perdida, ven”, musicalizado por Antonio Alcalde y que cantamos en cada Cuaresma en el Coro Gregoriano Cristo Redentor.

            Hagamos un pequeño ejercicio de exégesis de este hermoso texto:

            El poema está estructurado con un estribillo de arte menor (siete sílabas) en cuarteto con rima (abba) y dos estrofas de arte menor también, en sextilla.

            Todo el poema tiene un tinte Cristocéntrico y Eucarístico. Escrito en primera persona, presenta un monólogo en el que Cristo (El Buen Pastor) habla al alma del cristiano (la oveja).

            Lo primero que se presenta es el estribillo, que es ya de por sí una declaración de intenciones:

Oveja perdida, ven
sobre mis hombros; que hoy
no sólo tu pastor soy,
sino tu pasto también.


Cristo se presenta como Buen Pastor, lo cual no es una novedad, esta imagen es antiquísima, pues llegamos a encontrar mosaicos con la figura del Buen Pastor incluso en las catacumbas de los primeros cristianos. Lo que constituye una novedad, y revelación a la vez, es el cuarto verso del estribillo, “sino tu pasto también”, es decir, Góngora nos presenta a Jesús no sólo como el Buen Pastor, sino como el “pasto” de la oveja, con clara referencia a la Comunión.

Pero no sólo eso, no hay que olvidar que Cristo se hace pasto de la oveja perdida (“Oveja perdida, ven”): La Eucaristía es un alimento para quien se reconoce débil y pecador, como dice el Papa Francisco:  “aprendemos que la Eucaristía no sólo es una recompensa para los buenos, sino también la fortaleza para los débiles y pecadores. Es el perdón y el sustento que nos ayuda en nuestro camino”. (Congreso Eucarístico; Mumbai, India; 12 nov. 2015). Esta es la razón por la que desde hace más de veinte años, este canto forma parte de nuestro repertorio de Cuaresma como canto procesional de Comunión.



            Las estrofas ahondan el carácter sacrificial de la Eucaristía:

Por descubrirte mejor
cuando balabas perdida,
dejé en un árbol la vida
donde me subió el amor.

            Al leer estos versos, inmediatamente viene a nuestra mente la liturgia del Viernes Santo: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavado Cristo, el Salvador del mundo”, canta el sacerdote en el rito de la adoración de la cruz, durante el cual también se canta: “Oh cruz fiel, árbol único en nobleza; jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto”. La primera estrofa de este poema nos recuerda que la Eucaristía es fruto del Sacrificio de Cristo y participación de su Misterio Pascual.

            La muerte de Cristo en la cruz, es pues, la máxima prueba de amor de nuestro Salvador, pero también lo es la participación del cristiano en el banquete eucarístico del Señor:

Si prenda quieres mayor,
mis obras hoy te la den.

Es como si el Señor dijera, “Por amor, di la vida por ti en la cruz, ¿quieres mayor prueba de amor?, ahí tienes la Eucaristía por la cual me entrego a ti”

            La segunda estrofa, en un lenguaje lírico exquisito, muestra la maravilla del acto de comulgar del cristiano:

Pasto al fin, hoy tuyo hecho
¿Cuál dará mayor asombro?
¿o el traerte yo en el hombro
O el llevarme tú en el pecho?

            Una vez, ya habiendo comulgado, la imagen se vuelve nítida: el alma del cristiano está en los hombros del Buen Pastor, disfrutando de su amor y su misericordia, pero a la vez, la oveja se ha alimentado del Pastor, convertido en Pasto Eucarístico para ella. ¿Qué será más admirable?, ¿que el Señor nos lleve en sus hombros, o que nosotros (por la Comunión) lo llevemos en el corazón?



            Un texto de gran profundidad teológica y admirable belleza poética, que tenemos el placer y el privilegio de cantar y escuchar durante esta Cuaresma, ¡cuánta belleza y santidad de formas nos perdemos cuando no valoramos estos tesoros escondidos dentro de la litúrgia, utilizando cantos con textos cuasi vacíos, llenos de frases sentimentalistas y autoreferenciales!

            Que el Señor permita que esta Cuaresma nuestro corazón sea fértil en frutos de conversión y caridad para encontrarnos con él en su triunfo pascual.

martes, 13 de febrero de 2018

VEN A MÍ DULCE PAN DE LA VIDA



           Este canto eucarístico es del tiempo del porfiriato mexicano, de los compositores oaxaqueños Tomás Espinosa Corro y el pbro. José Cantú Corro, de donde se explica su marcado estilo romántico de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Cuenta con un estribillo y diez estrofas con versos decasílabos. A pesar de tener un compás cuaternario, su acento en los tiempos 1° y 3° dan un sentido de marcha que le da su carácter de canto procesional.

Es el clásico “canto de abuelitas”; bueno, de las abuelitas o bisabuelitas de nuestra generación, a las que les tocó todavía las celebraciones litúrgicas preconciliares, con velo y rosario en la mano. Canto de los tiempos de “Bendito, bendito”, “Altísimo Señor”, “Oh buen Jesús”, “Amante Jesús mío”, etc.

Desafortunadamente, los coros de hoy en día, desdeñan este tipo de cantos por considerarlos anticuados y aburridos, yo mismo debo confesar que, a pesar de conocerlo desde hace 30 años, no había considerado integrarlo en el repertorio del coro hasta este año por la misma razón. Todavía ahora vemos a este canto como “un canto aparte”, no bonito, un tanto sufrido y a decir de algunos, canto de serenata del siglo pasado y es que sí, no esconde su estilo porfiriano. No lo niego, a simple vista puede ser un canto feo, feo, feo.

            Sin embargo, creo que este tipo de cantos no debería desaparecer de la liturgia. Aunque su estilo musical es notoriamente de finales del siglo XIX, este tipo de cantos fueron compuestos en un período en el que no cualquiera componía cantos litúrgicos y se cuidaba el estilo literario de la letra, además de su contenido teológico. Nada que ver con los modernos “inventos y experimentos” de actuales compositores, sin mucho cuidado en el estilo musical y cuyas letras son más sentimentaloides que devotas, imitando en mucho el estilo “pop” de hoy en día.

La teología de este canto la abordaremos desde varios ángulos, el primero de ellos lo constituyen los títulos que se le dan al Señor: Sacramento adorable, Verbo Santo, Delicia de Dios, Angélico pan de los cielos, Cordero, Maná de los cielos, Lirio del Valle de Hebrón, Pastor adorable, Esposo del alma, Dios del amor.

En primer lugar, es también una costumbre de los cantos de esa época nombrar al Señor con diferentes títulos, unos clásicos de la teología católica y a los que estamos muy acostumbrados (Verbo Santo, Cordero, Maná de los cielos, Pastor adorable, Dios del amor), y otros títulos, inspirados en la devoción particular del autor y no tan utilizados (Sacramento adorable, Delicia de Dios, Lirio del Valle de Hebrón, Esposo del alma). Por estar poco familiarizados con ellos y poseer una gran profundidad teológica, estudiaremos específicamente éstos últimos:

Sacramento adorable: Aunque el título de Sacramento, no es ajeno a nosotros, el hecho de que se acompañe con el adjetivo “adorable” destaca, además de su carácter de alimento (Comunión-Banquete), la presencia permanente de Jesús en la Hostia consagrada, su cualidad de quedarse en las especies sacramentales para ser adorado, y de manera indirecta, el aspecto sacrificial de la Misa. La Misa, además de banquete, es sacrificio; el mismo sacrificio de la cruz, totalmente reverenciable y adorable.  Este ha sido un aspecto poco reflexionado en los últimos años, lo cual ha hecho que, en mi opinión, hayamos perdido la debida reverencia en nuestra liturgia: ¡Asistimos al mismo sacrificio del Calvario, y muchos lo hemos olvidado!, de ahí que veamos este canto necesario para ser rescatado en nuestras celebraciones eucarísticas.

Delicia de Dios: Recordemos que es un canto a Cristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, la cual, se encarnó, se hizo obediente hasta la muerte en cruz y resucitando restauró la vida; dando a Dios Padre, en este acto, una Gloria infinita. Este Verbo Eterno representa, por así decirlo, la única obsesión del Padre. Nada puede ser agradable a Él si no es por Cristo, Él es la única realidad en la que el Padre se regocija y se glorifica a sí mismo. Por ello, Cristo es la delicia de Dios Padre, nada hay en el universo más preciado para Él que su Hijo. Y he aquí que, ¡Oh maravilla!, esta Delicia de Dios, está disponible para ser recibido por nosotros.

Lirio del Valle de Hebrón: Tal vez el título más oscuro de este canto. Para desentrañarlo deberemos saber que la ciudad de Hebrón era la segunda ciudad más importante de Judá, después de Jerusalén. Es el lugar que el patriarca Abraham le compró a Efrón, el hitita, para enterrar ahí a su esposa, Sara. Su mención nos remite directamente a los orígenes del pueblo de Dios. Es una de las seis “ciudades refugio”, a las cuales podían acudir los asesinos para reclamar el derecho de asilo (Num. 35, 6-32; Deut. 4, 41-43; Jos. 20, 1-9). Al llamar a Jesús Lirio del Valle de Hebrón, estamos diciendo muchas cosas: Jesús es el lirio, planta que crece de forma recta, cuya flor blanca representa la rectitud y pureza sin mancha, es el Cordero sin pecado al que, no obstante su santidad, podemos siempre acudir como criminales que somos a implorar socorro y perdón y con quien podemos confiar que siempre seremos tratados con misericordia. Por ello, el canto le dice al Señor en esa estrofa: “aquí tienes un alma que gime de placer al oír tu perdón”.

Esposo del alma: Un título que nos recuerda inmediatamente al libro del Cantar de los Cantares que en San Juan de la Cruz representa a Dios como el Esposo del alma del cristiano, matrimonio místico consumado en la Sagrada Comunión cada vez que nos acercamos a este Sacramento. Un amor indecible de Dios que viene a mí y que espera, en justa correspondencia, una total entrega de mi alma a su Amor.

La sola consideración de los títulos utilizados en este canto es suficiente para permitir al alma entrar en un estado de contemplación de la Majestad Divina en el momento de la Comunión, ya sea como preparación a la misma, acción de gracias por el Sacramento recibido o para adentrarse en el Misterio mediante una Comunión Espiritual. Sin embargo, hay más profundidad en la letra de este canto:

            El canto presenta dos realidades, cada una en dos posiciones totalmente opuestas: Por un lado: Dios, Inmutable, Eterno, todo Luz y Todopoderoso, en contraposición del hombre, frágil, efímero, en tinieblas y débil. La vida del hombre es presentada como sufrimiento, fatiga, aflicciones, noche de horror de la cual el hombre no puede salir por sus propias fuerzas. Sin embargo, hay un movimiento iniciado por Dios, manifestado en el “ven” que se repite catorce veces en todo el canto, es Dios quien da el primer paso en dirección al hombre, pero requiere la fe por parte de éste, una fe que lo llama: “ven”, “levantamos a ti nuestra voz”.

            La cuarta estrofa, de manera particular presenta una imagen muy sugerente para mí: “Tu que formas un cielo en la nada,  a mi nada, ven luego, Señor”. Dos abismos: un abismo Todopoderoso, Dios, quien con su sola presencia hace que la nada sea todo un paraíso, y otro abismo: un abismo vacío, mi propia nada, a la que sin embargo, Dios puede llegar convirtiéndola en un castillo interior (alcázar) en donde reine sólo la Gloria y Honra de Dios. Eso sucede cada vez que recibimos al Señor en la Comunión.

            Y así, como hemos visto, la letra de este canto da tela para muchas reflexiones, privilegio de este tipo de cantos: llenos de sentido y devoción, fruto de muchas horas pasadas de rodillas a los pies de nuestro Señor. Mucho se podría agregar, pero es preferible, acercarse uno mismo a este canto e ir saboreando, rumiando y asimilando poco a poco, a través de una lenta y honda reflexión las profundidades de la doctrina en él encerrada, y qué mejor que esta reflexión pueda darse en el contexto para el cual este canto fue creado: La Santa Misa…

            …Por eso, es necesario volverlo a cantar cuantas veces sea posible.

VEN A MI, DULCE PAN DE LA VIDA
VEN, CONSUELA MI AMARGO DOLOR
SOY LA OVEJA QUE ANDABA PERDIDA
LEJOS, LEJOS DE TI, MI SEÑOR.

Sacramento adorable y divino,
Verbo Santo, Delicia de Dios;
para hallar la salud y la vida,
levantamos a ti nuestra voz.

Ven, Angélico Pan de los cielos,
a las almas que van de ti en pos;
ven al hombre que gime en la vida.
la amargura de tanto dolor.

Soy el hombre que va fatigado
de la vida de tedio al rigor;
voy llorando mi cielo perdido
en el mar de una fiera pasión.

Tú, que formas un cielo en la nada,
a mi nada ven luego, Señor;
y convierte las sombras en luces
y mi pecho en alcázar de Dios.

Ven, Cordero de dulces baladas,
Ven, alivia mi grande aflicción:
Ven, herido en el mundo y mis penas
se disipan oyendo tu voz.

¡Bienvenido, Maná de los cielos!
Blanco Lirio del valle de Hebrón
aquí tienes un alma que gime
de placer al oír tu perdón.

Soy mendigo que busca en la noche
de su larga ceguera de horror,
una luz que me lleve seguro
a los altos confines de Sión.

Ven Pastor adorable, ven tú;
ni un momento me dejes, no, no;
ven y manda que esta alma te adore
porque tuyo es su afecto y su amor.

Ven Cordero blanquísimo luego,
porque mi alma se muere de amor;
ven, te dice, mi Esposo querido;
ven, y juntos iremos los dos.

De rodillas cantemos el triunfo
y la gloria del Dios del amor,
que bajó por salvar a los hombres

hasta el pecho del mas pecador.