El jueves de la semana pasada recibí una llamada de mi esposa diciéndome que un sacerdote amigo muy querido me estaba buscando de manera urgente (y debía ser en verdad urgente, porque estaba tratando de localizarme mediante una pareja de amigos, además de mi hermano y mi cuñada, quienes finalmente se comunicaron con mi esposa).
Una vez que me comuniqué con él, supe la razón de la urgencia: en una semana exactamente él cumpliría un año más de su ordenación sacerdotal y estaba invitando a nuestro coro a cantar en un convivio posterior a su misa de acción de gracias. Por supuesto que accedí, es un sacerdote muy querido por nuestro coro, debido a que fue por varios años párroco de nuestra comunidad y durante su permanencia en nuestra parroquia se supo ganar el cariño de toda la comunidad, incluidos nosotros.
A pesar de ser complicado por la premura de la celebración, nos empezamos a poner de acuerdo el siguiente domingo respecto a qué podríamos cantar, dónde y a qué hora vernos, etc. Sin embargo, durante la misa de ese mismo domingo, nos llevaríamos la sorpresa de que ese mismo día, nuestro actual párroco cumplía también años de sacerdocio e invitaba a la comunidad a participar en la misa de acción de gracias que celebraría el jueves de esta semana.
Inmediatamente nos dimos cuenta en el coro del dilema en el que estábamos metidos: un sacerdote querido de nosotros festejaba su aniversario sacerdotal y nos había invitado a celebrarlo, y nuestro párroco hacía lo propio, debido a que también era su aniversario... y ya nos habíamos comprometido con el primer sacerdote. ¿Faltaríamos a la celebración de nuestro párroco?
Algunos dirían que ya habíamos confirmado la asistencia y que teníamos la responsabilidad de estar con el primer sacerdote que nos invitó, pero: ¡qué mal haríamos si faltáramos a la celebración de nuestro párroco, por ir a la celebración del otro sacerdote!... ¿Por qué?
Nuestra Iglesia como regla general ha adoptado para realizar su labor pastoral en nuestro mundo una estructura basada en la distribución territorial: ha dividido el mundo católico en diócesis, pastoreadas por un Obispo, las cuales están a su vez divididas por territorios parroquiales, cuyos feligreses son las personas que viven dentro del territorio parroquial, aunque en algunas ocasiones por afinidad o por cuestiones de horario puede un fiel asistir comúnmente a una parroquia que no le corresponde territorialmente.
Como lo dice el Código de Derecho Canónico en su canon 515: La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio.
En el momento que un sacerdote es asignado a una parroquia determinada, es constituido por la autoridad episcopal como pastor de esa comunidad, y según el mismo Código de Derecho Canónico es el encargado del anuncio de la Palabra de Dios, de la formación catequética, de la celebración de los sacramentos en especial de la Eucaristía, la cual debe ser el centro de la comunidad parroquial, en suma: es por el párroco que la comunidad es edificada en Cristo, y es alimentada por el Pan de la Palabra y de la Eucaristía.
Por ello el párroco debe ser altamente amado por su comunidad, ya que en la comunidad parroquial él es cooperador eficaz en el ministerio pastoral del Obispo y es para ella la voz del Buen Pastor que conoce a sus ovejas y las llama por su nombre.
Sólo por esa razón deberíamos amar de una manera especial a nuestro párroco, podemos tener mucho cariño a algún sacerdote amigo o familiar, pero nuestro pastor es nuestro párroco, él realiza la función pastoral de Cristo en nuestra comunidad, y merece toda nuestra reverencia, respeto y amor grande de hijos.
Decía que sólo por esa razón deberíamos amar de manera privilegiada a nuestro párroco, pero aún hay otra razón importantísima: No sólo él es nuestro párroco, además de eso, nosotros somos su comunidad.
Él es un ser humano como todos nosotros, necesitado de cariño, comprensión y compañía. Para atender la llamada del Señor él aceptó renunciar a una esposa, a una familia, para formar la familia de Dios que es la Iglesia, él se negó la alegría de un hogar con hijos, para servir a los hijos de nuestros hogares, las noches serían solitarias y no habría beso de las buenas noches para él. Pero él bien sabía que en su vida no estaría sólo, siempre tendría la compañía de Dios... y de su comunidad.
De tal manera que cuando decimos que "él es nuestro párroco", lo decimos en dos sentidos: en sentido de que nosotros le pertenecemos (y él tiene la responsabilidad de cuidarnos pastoralmente como hijos espirituales que somos suyos), pero también en el sentido de que él nos pertenece (y tenemos responsabilidades para con él de cuidarlo también, hacerlo sentirse amado y que valió la pena dejarlo todo por el Señor y por su comunidad).
La gran mayoría de las personas que forman parte de una comunidad parroquial, creen que el párroco está para servir: para administrar los sacramentos a quien se lo pida, a enseñar, a ser caritativo con los feligreses, a educarlos en la fe, a animarlos cuando están tristes, a consolarlos cuando han perdido a un ser querido, a reconfortarlos cuando están enfermos, a atenderlos cuando necesitan un consejo o una orientación... y Ay de ese sacerdote si alguna vez por debilidad humana, o por verdaderas razones pastorales se niega a prestar ese servicio, entonces es un mal sacerdote, no tiene vocación, ni caridad para con sus fieles, etc, etc, etc.
Lo más triste de todo es que a esas mismas personas que así piensan, se les olvida que también la comunidad debe hacer lo mismo por el sacerdote, la comunidad está también para servirlo: para orar por su santificación y fidelidad a su ministerio, para edificarlo en la vida de la comunidad, para acompañarlo en sus alegrías, en sus tristezas, en sus problemas personales y familiares (porque muchos tienen padres y hermanos también), para ser apoyo firme en el trabajo pastoral de la parroquia, para estar junto a él cuando las cosas no salen como quisiera...nunca sabremos cuánto nos necesita nuestro párroco y muchas veces debe pasar por todo esto... solo.
Este cariño y amor entrañable que como su comunidad le debemos a nuestro párroco, no se dispensa a pesar de que él sea duro, inflexible, tenga fallas de carácter, o debilidades y defectos humanos, ¿acaso, los defectos de tu padre biológico hace que dejes de amarlo? Por otro lado, si nos ponemos a contabilizar agravios, estoy seguro que el párroco recibe más agravios de su comunidad que los que él pudiera hacerle, por una sencilla razón: porque nosotros somos más, y cada uno de nosotros tenemos carácter y manías diferentes, y a veces pareciera que la consigna es “todos contra el padre”, así que, como en una familia, en la convivencia diaria de una comunidad parroquial, el perdón es algo que debe ejercitar tanto el párroco, como la misma comunidad.
Así que... a amar mucho a nuestros párrocos, que lo han dado todo por Cristo... y por nosotros, su pueblo; que sus debilidades humanas sean suplidas por nuestras oraciones y que así como ellos dejan su marca indeleble en las comunidades que presiden, así nosotros, su pueblo, dejemos marca en ellos, una marca de amor, santidad y gozo en la comunión eclesial.
Por eso, hoy le hablaré a nuestro amigo sacerdote, para decirle que con mucho gusto estaremos en su fiesta de aniversario... después de haber celebrado la misa y haber compartido un momento de compañía con nuestro párroco. Estoy seguro que lo entenderá... porque él también sabe lo que es tener una comunidad que lo quiere y acompaña en sus momentos de tristeza y alegría.
A pesar de ser complicado por la premura de la celebración, nos empezamos a poner de acuerdo el siguiente domingo respecto a qué podríamos cantar, dónde y a qué hora vernos, etc. Sin embargo, durante la misa de ese mismo domingo, nos llevaríamos la sorpresa de que ese mismo día, nuestro actual párroco cumplía también años de sacerdocio e invitaba a la comunidad a participar en la misa de acción de gracias que celebraría el jueves de esta semana.
Inmediatamente nos dimos cuenta en el coro del dilema en el que estábamos metidos: un sacerdote querido de nosotros festejaba su aniversario sacerdotal y nos había invitado a celebrarlo, y nuestro párroco hacía lo propio, debido a que también era su aniversario... y ya nos habíamos comprometido con el primer sacerdote. ¿Faltaríamos a la celebración de nuestro párroco?
Algunos dirían que ya habíamos confirmado la asistencia y que teníamos la responsabilidad de estar con el primer sacerdote que nos invitó, pero: ¡qué mal haríamos si faltáramos a la celebración de nuestro párroco, por ir a la celebración del otro sacerdote!... ¿Por qué?
Nuestra Iglesia como regla general ha adoptado para realizar su labor pastoral en nuestro mundo una estructura basada en la distribución territorial: ha dividido el mundo católico en diócesis, pastoreadas por un Obispo, las cuales están a su vez divididas por territorios parroquiales, cuyos feligreses son las personas que viven dentro del territorio parroquial, aunque en algunas ocasiones por afinidad o por cuestiones de horario puede un fiel asistir comúnmente a una parroquia que no le corresponde territorialmente.
Como lo dice el Código de Derecho Canónico en su canon 515: La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio.
En el momento que un sacerdote es asignado a una parroquia determinada, es constituido por la autoridad episcopal como pastor de esa comunidad, y según el mismo Código de Derecho Canónico es el encargado del anuncio de la Palabra de Dios, de la formación catequética, de la celebración de los sacramentos en especial de la Eucaristía, la cual debe ser el centro de la comunidad parroquial, en suma: es por el párroco que la comunidad es edificada en Cristo, y es alimentada por el Pan de la Palabra y de la Eucaristía.
Por ello el párroco debe ser altamente amado por su comunidad, ya que en la comunidad parroquial él es cooperador eficaz en el ministerio pastoral del Obispo y es para ella la voz del Buen Pastor que conoce a sus ovejas y las llama por su nombre.
Sólo por esa razón deberíamos amar de una manera especial a nuestro párroco, podemos tener mucho cariño a algún sacerdote amigo o familiar, pero nuestro pastor es nuestro párroco, él realiza la función pastoral de Cristo en nuestra comunidad, y merece toda nuestra reverencia, respeto y amor grande de hijos.
Decía que sólo por esa razón deberíamos amar de manera privilegiada a nuestro párroco, pero aún hay otra razón importantísima: No sólo él es nuestro párroco, además de eso, nosotros somos su comunidad.
Él es un ser humano como todos nosotros, necesitado de cariño, comprensión y compañía. Para atender la llamada del Señor él aceptó renunciar a una esposa, a una familia, para formar la familia de Dios que es la Iglesia, él se negó la alegría de un hogar con hijos, para servir a los hijos de nuestros hogares, las noches serían solitarias y no habría beso de las buenas noches para él. Pero él bien sabía que en su vida no estaría sólo, siempre tendría la compañía de Dios... y de su comunidad.
De tal manera que cuando decimos que "él es nuestro párroco", lo decimos en dos sentidos: en sentido de que nosotros le pertenecemos (y él tiene la responsabilidad de cuidarnos pastoralmente como hijos espirituales que somos suyos), pero también en el sentido de que él nos pertenece (y tenemos responsabilidades para con él de cuidarlo también, hacerlo sentirse amado y que valió la pena dejarlo todo por el Señor y por su comunidad).
La gran mayoría de las personas que forman parte de una comunidad parroquial, creen que el párroco está para servir: para administrar los sacramentos a quien se lo pida, a enseñar, a ser caritativo con los feligreses, a educarlos en la fe, a animarlos cuando están tristes, a consolarlos cuando han perdido a un ser querido, a reconfortarlos cuando están enfermos, a atenderlos cuando necesitan un consejo o una orientación... y Ay de ese sacerdote si alguna vez por debilidad humana, o por verdaderas razones pastorales se niega a prestar ese servicio, entonces es un mal sacerdote, no tiene vocación, ni caridad para con sus fieles, etc, etc, etc.
Lo más triste de todo es que a esas mismas personas que así piensan, se les olvida que también la comunidad debe hacer lo mismo por el sacerdote, la comunidad está también para servirlo: para orar por su santificación y fidelidad a su ministerio, para edificarlo en la vida de la comunidad, para acompañarlo en sus alegrías, en sus tristezas, en sus problemas personales y familiares (porque muchos tienen padres y hermanos también), para ser apoyo firme en el trabajo pastoral de la parroquia, para estar junto a él cuando las cosas no salen como quisiera...nunca sabremos cuánto nos necesita nuestro párroco y muchas veces debe pasar por todo esto... solo.
Este cariño y amor entrañable que como su comunidad le debemos a nuestro párroco, no se dispensa a pesar de que él sea duro, inflexible, tenga fallas de carácter, o debilidades y defectos humanos, ¿acaso, los defectos de tu padre biológico hace que dejes de amarlo? Por otro lado, si nos ponemos a contabilizar agravios, estoy seguro que el párroco recibe más agravios de su comunidad que los que él pudiera hacerle, por una sencilla razón: porque nosotros somos más, y cada uno de nosotros tenemos carácter y manías diferentes, y a veces pareciera que la consigna es “todos contra el padre”, así que, como en una familia, en la convivencia diaria de una comunidad parroquial, el perdón es algo que debe ejercitar tanto el párroco, como la misma comunidad.
Así que... a amar mucho a nuestros párrocos, que lo han dado todo por Cristo... y por nosotros, su pueblo; que sus debilidades humanas sean suplidas por nuestras oraciones y que así como ellos dejan su marca indeleble en las comunidades que presiden, así nosotros, su pueblo, dejemos marca en ellos, una marca de amor, santidad y gozo en la comunión eclesial.
Por eso, hoy le hablaré a nuestro amigo sacerdote, para decirle que con mucho gusto estaremos en su fiesta de aniversario... después de haber celebrado la misa y haber compartido un momento de compañía con nuestro párroco. Estoy seguro que lo entenderá... porque él también sabe lo que es tener una comunidad que lo quiere y acompaña en sus momentos de tristeza y alegría.
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