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lunes, 25 de septiembre de 2017

Misa Tridentina (Segunda parte).

      Llegamos una hora antes, eran las 9 de la mañana, mis hijos y mi esposa ingresaron al templo, mientras yo me quedé en el umbral esperando en la línea de confesiones, pues como era costumbre anteriormente, había confesiones media hora antes del inicio de la Misa. El templo estaba en total silencio, a lo lejos sólo se escuchaba a un coro ensayar una bella melodía que no se alcanzaba a identificar. Fue toda una experiencia confesarme con un sacerdote anglosajón, él hablando en un español muy limitado, yo hablando en un peor inglés y recibiendo la absolución en latín, según el rito tradicional, psicológicamente impacta y da una sensación de mayor sacralidad al momento, si cabe.

      No voy a describir paso por paso la celebración que vivimos, sólo expondré algunos puntos a resaltar que me impactaron:

El silencio:

       Un silencio de tal grado que me hizo recordar los momentos anteriores a la Misa en la parroquia de Santa Rosa, con el padre Rogaciano, un sacerdote de la vieja escuela al que todos temían por su dureza e inflexibilidad en el cumplimiento de los ritos y la conducta dentro del templo. Por obediencia, había dejado de celebrar en latín, pero aún con el nuevo rito, era implacable en el cumplimiento de las rúbricas y el comportamiento de los fieles. Ahora en ese templo, todo te invitaba a la oración: sin ventanas hacia el exterior y en silencio, todos los sentidos se dirigían hacia el Señor.  El coro NUNCA, repito NUNCA ensayó en el templo. El ensayo fue en un lugar aparte y sólo ingresó con el tiempo exacto para prepararse espiritualmente para la Misa e iniciar el Introito.

El rosario:

         Como preparación a la Misa, veinte minutos antes se rezó el rosario, (lógico, no había coro probando micrófonos o corrigiendo errores en el canto, así que quienes esperábamos la Misa podríamos prepararnos con el rezo del santo rosario). Se estaba rezando en inglés, sin embargo, nos unimos al rezo los cinco, unos en latín, otro en inglés y otros en español.  

El celebrante:

         El sacerdote celebrante era sorprendentemente joven, menos de 30 años, lo mismo que el otro sacerdote que dirigía el coro, fue una grata sorpresa que nos confirmó en la idea de que el rito extraordinario tiene futuro y además es fuertemente valorado por las nuevas generaciones.

Los cantos:

          Obvio, gregorianos, me esperaba la misa de Angelis, pero se utilizó la Misa Orbis Factor (XI), cantos cantados de una manera sutil que invitaba al recogimiento y a mover el alma (que no el cuerpo) hacia Dios, un órgano que aunque austeramente ejecutado, como conviene a la liturgia, estaba a miles de años luz respecto a lo que yo puedo hacer en el órgano de nuestra parroquia. Un canto de comunión sencillo y exquisito a dos voces de sopranos y altos que si no estabas ya arrebatado por la experiencia de comulgar, te terminaba de elevar y una largamente esperada por nosotros Salve Regina final.

Las posturas:

        Acostumbrados a la liturgia en el modo ordinario, estamos acostumbrados a pocos cambios en las posturas, un solo momento para arrodillarse (en la consagración) y que las posturas no se empalman con las oraciones o cánticos. Aquí, los cambios de postura son bastantes, nos arrodillamos el introito, el Credo, la consagración, el Cordero de Dios, la comunión y la post comunión. Fue curioso, porque estás tranquilamente de pie cantando el gloria o el Credo y a medio canto debes sentarte, para volverte a parar unos segundos después al terminar la oración, eso saca de onda bastante.  

La homilía:

         ¡Sorpresa! En español, muy limitado, pero se hacía entender bien. Sin ninguna relación con el Evangelio del día, pero que en este rito no es obligatorio que la tenga. Explicando un punto específico de la doctrina católica, esta vez sobre el primero de los mandamientos. Bastante largo, tal vez por la dificultad del celebrante para leer en español, pero muy didáctico y… ¡otra sorpresa!: al terminar el sermón, un nuevo sermón, ahora en inglés, aunque con otra temática, según pude percibir en mi corto entender del idioma.

El misterio:

        El hecho de celebrar ad Orientem, además de resaltar el carácter sacrificial de la Santa Misa, unido a las oraciones secretas, da a la celebración un halo de misterio: los fieles no pueden ver ni oir lo que está sucediendo en el altar, sólo nos podemos guiar por los movimientos que se alcanzar a percibir desde atrás por parte del sacerdote y el toque de las campanillas, eso te hace sentir en medio de la nube del Monte Tabor: algo está sucediendo lleno de majestad que no entiendes, no esperas y sólo te toca estar atento esperando el momento sublime de la elevación.  

La comunión:

        Por primera vez comulgamos de rodillas. Regularmente todos hacemos una reverencia o genuflexión antes de comulgar, aunque Fernando normalmente gusta comulgar de rodillas, lo cual le ha valido la reprimenda de algún sacerdote de nuestra diócesis, obligándolo a ponerse de pie para recibir al Señor. Ahora todos pudimos hacerlo en el comulgatorio, creo que fue un regalo para todos, pero de manera especial para Fer, que pudo recibirla tal como él lo quisiera hacer siempre, sin el temor de sufrir algún desaire por parte del sacerdote.

Conclusión:

         Nuestra primera experiencia con el modo extraordinario del rito romano la vivimos entre el asombro, la reverencia y la sorpresa. Como un viaje a la ciudad de Dios en la que cada esquina nos preparaba una sorpresa diferente a la anterior.

         Con todo, debo decir que el rito extraordinario puede ser una limitante o un impulso para vivir más a fondo el Misterio, todo dependiendo de tu forma de acercarte a él: Será una limitante si lo que quieres es saber exactamente lo que sucede en el altar, consciente de las palabras y acciones del sacerdote, si buscas una ceremonia transparente, te encontrarás muy perdido en la celebración, tanto por el latín, como porque todo sucede ante el sacerdote, no ante ti. Por el contrario, será un impulso para vivir aún mejor la liturgia, si te acercas a ella buscando la sacralidad y lo inefable: no sabes qué está ocurriendo, pero lo intuyes, porque la ceremonia te rodea en un halo místico que tu espíritu detecta y sigue aunque el oído no lo entienda.

¿Modo Ordinario o modo extraordinario?

        No tengo la menor duda: ambos. Ambos son participación real del sacrificio de la cruz. Ambos te permiten asistir a la liturgia celestial, cada uno desde su propia perspectiva, del mismo modo que escalar la misma montaña desde lados diferentes te brinda diferentes perspectivas del mismo paisaje, ambas muy hermosas. La desacralización de la Litúrgia no es culpa de la forma ordinaria, es la forma en la que la celebramos, la forma ordinaria es muy hermosa si se celebra como debe ser, pero la adulteramos, bajo un falso sentido de participación del pueblo; creemos que es un espectáculo y dejamos de celebrar a Dios para celebrarnos (mal, además) a nosotros mismos, queriendo hacer la celebración amena y divertida, nos olvidamos que Nuestro Señor la instituyó para actualizar su Misterio Pascual, no para divertirnos.

        Resulta que en la Misa Tradicional se cuidan estos aspectos porque a ella asisten sacerdotes y fieles que valoran la reverencia, el respeto y la sacralidad del Sacramento, pero si lo mismo hiciéramos en nuestras celebraciones del rito ordinario, encontraríamos una riqueza enorme en las Misas que hoy tanto descuidamos. Quiero creer que es lo que el mismo Benedicto XVI quiso provocar al permitir la celebración de la Misa Tradicional: que descubriendo el valor de la sacralidad y el temor de Dios que inspira La Misa Tridentina, la proyectáramos hacia la Misa postconciliar, enriqueciendo la participación y sus frutos espirituales.

         La Misa postconciliar nos permite asistir con los cinco sentidos en la celebración, dándonos cuenta conscientemente de lo que sucede en todo momento, desgraciadamente no usamos esos sentidos para asistir al Misterio, distraídos por la falta del sentido de lo sagrado. Sentido de lo sagrado que nos permite experimentar ahora la Misa preconciliar, somos muy afortunados en tener la oportunidad de beber de ambas fuentes. 

          Seguramente no será la única vez que acudamos a la Misa Tridentina como familia, a todos nos dejó algo, ciertamente positivo, incluyendo a Andrés que era más reacio a ella. Ojalá puedas tú en breve tener la misma experiencia que nosotros.

Misa Tridentina (primera parte)

           Domingo 24 de septiembre de 2017 por la mañana. En algún lugar del librero debería estar. Buscaba repasando el lomo de cada libro, fue fácil encontrarlo, pues era el único libro con el lomo deshecho por el tiempo, un viejo Misal del ´62, tiempo en el que aún se celebraba en latín y de “espaldas al pueblo” (luego volveremos con esa expresión, que por el momento es válida para hacernos entender). Lo había rescatado entre varios libros que había dejado mi suegra en su antigua casa al mudarse a Estados Unidos, sería inútil ya, pero era un Misal, y por respeto a la Palabra de Dios y como recuerdo romántico de tiempos ya idos, sería bonito conservarlo, al menos como curiosidad histórica.

          Pero esta vez, no era mi intención enseñarlo a mis hijos (a pesar de que ellos han tenido fuerte curiosidad por la tradición católica preconciliar, ¡vaya caso!), sino porque ese día haría lo que nunca me imaginé que podría hacer algún día de mi vida: asistir por primera vez a una Misa preconciliar acompañado de mi esposa y mis hijos, pero, ¿cómo llegamos a esto?, ¿me hice Lefevrista?... Nada de eso, pero para explicarlo, necesitamos irnos un poco atrás en el tiempo.

           El día 7 de julio del 2007, el entonces Papa, Benedicto XVI publicaba la carta apostólica en forma Motu Proprio “Summorum Pontificum”, con la cual permitía la celebración de la Misa utilizando el Rito del Misal editado por el Papa San Juan XXIII, Misa que ya San Juan Pablo II había autorizado desde 1984 y recomendado en 1988 previa autorización del Obispo de cada lugar. Si ya la había autorizado San Juan Pablo II ¿para qué volverla autorizar ahora? Es que ahora ya podría celebrarse libremente de manera privada por los sacerdotes sin la necesidad de solicitar permiso expreso al Obispo. Igualmente, a esta celebración podrían ser admitidos también aquellos fieles que lo pidieran voluntariamente.

            Es decir, que de manera libre, la Misa podría, desde esa fecha (7 de julio del 2007) celebrarse con el Misal de San Juan XXIII (1962): en latín, ad Orientem y con los ritos y oraciones anteriores a la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II, Misa conocida comúnmente como Misa Tridentina, Misa de San Pío V o simplemente Misa Tradicional y que ahora conocemos como el modo extraordinario del rito latino, como complemento al modo ordinario del rito latino, que es la Misa tal y como la conocemos y se celebra comúnmente. Ahora sí, un comentario respecto a la expresión “de espaldas al pueblo”:

           Es increíble cómo las palabras modifican nuestra forma de ver las cosas: siempre se nos dijo que antes se celebraba de espaldas al pueblo, tal vez en el afán de encomiar los logros de la liturgia renovada en la que se introdujo plenamente al pueblo en la celebración en la que antes parecía totalmente ajeno; pero nunca se nos dijo (y hasta ahora es que muchos lo descubrimos) que era porque se celebraba de cara a Dios, el sacerdote en nombre de los fieles ofrecía el Sacrificio, como el general que estando a la cabeza, mira en la misma dirección que su ejército; cómo estaremos celebrando la Pascua eterna: de cara a Dios. Esta forma de celebrar, conocida como “ad Orientem” es decir al oriente, donde nace el Sol de justicia y desde donde esperamos que algún día regrese nuestro Señor, expresa de manera singular el carácter sacrificial de la Misa y el papel sagrado del sacerdote que ofrece en nombre de todos este Sacrificio a Dios Padre.

             Conocido es que durante la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II hubo un grupo de sacerdotes y fieles que no aceptaron los cambios y continuaron celebrando la liturgia como lo había celebrado la Iglesia hasta ese momento, creando la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX) con el Arzobispo Marcel Lefevre a la cabeza (conocidos comúnmente como “Lefevristas”) lo cual ocasionó finalmente un cisma en pleno siglo XX. Actualmente, con la declaración de vigencia del modo extraordinario del rito latino,  ha habido acercamientos de Roma y de la FSSPX para lograr la reincersión plena de la Fraternidad en la comunión de la Iglesia sin llegar todavía a un estatus canónico claro.

              Por otro lado, en 1988 SS San Juan Pablo II dio reconocimiento como Sociedad de Vida Apostólica a la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro (FSSP) que forma sacerdotes en el cuadro de la liturgia tradicional del rito Romano, y que pueden celebrar la Misa Tradicional en plena comunión con la Iglesia Católica Romana.

          En mi diócesis (Cd. Juárez) no hay ninguna parroquia que celebre la Misa con el rito extraordinario, ni tampoco existen sacerdotes de la FSSP, motivo por el cual veía muy lejano el día en el que pudiera acudir a una Misa Tridentina. Hasta esta semana…

             Casualmente me enteré que en la diócesis de El Paso Texas sí había una parroquia en la que se celebra Misa Tradicional por parte de sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro. Lo descubrí el viernes y el sábado ya estábamos haciendo planes para asistir el día siguiente en dicha parroquia. Ángel, el mayor y Fernando, el segundo, se entusiasmaron con la idea. Dos chicos de 18 y 16 años que todavía hace dos años me regateaban la asistencia a la Vigilia Pascual porque era una Misa de más de 2 horas, ahora nos impulsaban a mi esposa y a mí a asistir a una Misa dominical que duraría esas mismas dos horas. Tal es el grado de atracción que la liturgia tradicional provoca entre ciertos jóvenes. Doy gracias a Dios por ello. Su madre también había descubierto, sin sospecharlo yo, la misa Tridentina mediante algunos videos explicativos y también estaba muy interesada en participar. El menor, Andrés, de 13 años, era el menos entusiasta en la idea, porque no le iba a entender a una Misa en latín, además, la homilía, que era lo único que tendríamos en lengua vernácula, sería en inglés, por ser una parroquia de Estados Unidos. Aun así, asistiría con nosotros, no tenía opción.

          Y ahí estaba yo, con ese viejo Misal en las manos, sería el único mapa que nos guiaría por una celebración que nunca habíamos vivido y en la que seguro nos perderíamos sin su ayuda y tal vez incluso aún con su ayuda. (Continuará...)