Llegamos una hora antes, eran las 9 de la mañana, mis hijos y mi esposa ingresaron al templo, mientras yo me quedé en el umbral esperando en la línea de confesiones, pues como era costumbre anteriormente, había confesiones media hora antes del inicio de la Misa. El templo estaba en total silencio, a lo lejos sólo se escuchaba a un coro ensayar una bella melodía que no se alcanzaba a identificar. Fue toda una experiencia confesarme con un sacerdote anglosajón, él hablando en un español muy limitado, yo hablando en un peor inglés y recibiendo la absolución en latín, según el rito tradicional, psicológicamente impacta y da una sensación de mayor sacralidad al momento, si cabe.
No voy a describir paso por paso la celebración que vivimos, sólo expondré algunos puntos a resaltar que me impactaron:
El silencio:
Un silencio de tal grado que me hizo recordar los momentos anteriores a la Misa en la parroquia de Santa Rosa, con el padre Rogaciano, un sacerdote de la vieja escuela al que todos temían por su dureza e inflexibilidad en el cumplimiento de los ritos y la conducta dentro del templo. Por obediencia, había dejado de celebrar en latín, pero aún con el nuevo rito, era implacable en el cumplimiento de las rúbricas y el comportamiento de los fieles. Ahora en ese templo, todo te invitaba a la oración: sin ventanas hacia el exterior y en silencio, todos los sentidos se dirigían hacia el Señor. El coro NUNCA, repito NUNCA ensayó en el templo. El ensayo fue en un lugar aparte y sólo ingresó con el tiempo exacto para prepararse espiritualmente para la Misa e iniciar el Introito.
El rosario:
Como preparación a la Misa, veinte minutos antes se rezó el rosario, (lógico, no había coro probando micrófonos o corrigiendo errores en el canto, así que quienes esperábamos la Misa podríamos prepararnos con el rezo del santo rosario). Se estaba rezando en inglés, sin embargo, nos unimos al rezo los cinco, unos en latín, otro en inglés y otros en español.
El celebrante:
El sacerdote celebrante era sorprendentemente joven, menos de 30 años, lo mismo que el otro sacerdote que dirigía el coro, fue una grata sorpresa que nos confirmó en la idea de que el rito extraordinario tiene futuro y además es fuertemente valorado por las nuevas generaciones.
Los cantos:
Obvio, gregorianos, me esperaba la misa de Angelis, pero se utilizó la Misa Orbis Factor (XI), cantos cantados de una manera sutil que invitaba al recogimiento y a mover el alma (que no el cuerpo) hacia Dios, un órgano que aunque austeramente ejecutado, como conviene a la liturgia, estaba a miles de años luz respecto a lo que yo puedo hacer en el órgano de nuestra parroquia. Un canto de comunión sencillo y exquisito a dos voces de sopranos y altos que si no estabas ya arrebatado por la experiencia de comulgar, te terminaba de elevar y una largamente esperada por nosotros Salve Regina final.
Las posturas:
Acostumbrados a la liturgia en el modo ordinario, estamos acostumbrados a pocos cambios en las posturas, un solo momento para arrodillarse (en la consagración) y que las posturas no se empalman con las oraciones o cánticos. Aquí, los cambios de postura son bastantes, nos arrodillamos el introito, el Credo, la consagración, el Cordero de Dios, la comunión y la post comunión. Fue curioso, porque estás tranquilamente de pie cantando el gloria o el Credo y a medio canto debes sentarte, para volverte a parar unos segundos después al terminar la oración, eso saca de onda bastante.
La homilía:
¡Sorpresa! En español, muy limitado, pero se hacía entender bien. Sin ninguna relación con el Evangelio del día, pero que en este rito no es obligatorio que la tenga. Explicando un punto específico de la doctrina católica, esta vez sobre el primero de los mandamientos. Bastante largo, tal vez por la dificultad del celebrante para leer en español, pero muy didáctico y… ¡otra sorpresa!: al terminar el sermón, un nuevo sermón, ahora en inglés, aunque con otra temática, según pude percibir en mi corto entender del idioma.
El misterio:
El hecho de celebrar ad Orientem, además de resaltar el carácter sacrificial de la Santa Misa, unido a las oraciones secretas, da a la celebración un halo de misterio: los fieles no pueden ver ni oir lo que está sucediendo en el altar, sólo nos podemos guiar por los movimientos que se alcanzar a percibir desde atrás por parte del sacerdote y el toque de las campanillas, eso te hace sentir en medio de la nube del Monte Tabor: algo está sucediendo lleno de majestad que no entiendes, no esperas y sólo te toca estar atento esperando el momento sublime de la elevación.
La comunión:
Por primera vez comulgamos de rodillas. Regularmente todos hacemos una reverencia o genuflexión antes de comulgar, aunque Fernando normalmente gusta comulgar de rodillas, lo cual le ha valido la reprimenda de algún sacerdote de nuestra diócesis, obligándolo a ponerse de pie para recibir al Señor. Ahora todos pudimos hacerlo en el comulgatorio, creo que fue un regalo para todos, pero de manera especial para Fer, que pudo recibirla tal como él lo quisiera hacer siempre, sin el temor de sufrir algún desaire por parte del sacerdote.
Conclusión:
Nuestra primera experiencia con el modo extraordinario del rito romano la vivimos entre el asombro, la reverencia y la sorpresa. Como un viaje a la ciudad de Dios en la que cada esquina nos preparaba una sorpresa diferente a la anterior.
Con todo, debo decir que el rito extraordinario puede ser una limitante o un impulso para vivir más a fondo el Misterio, todo dependiendo de tu forma de acercarte a él: Será una limitante si lo que quieres es saber exactamente lo que sucede en el altar, consciente de las palabras y acciones del sacerdote, si buscas una ceremonia transparente, te encontrarás muy perdido en la celebración, tanto por el latín, como porque todo sucede ante el sacerdote, no ante ti. Por el contrario, será un impulso para vivir aún mejor la liturgia, si te acercas a ella buscando la sacralidad y lo inefable: no sabes qué está ocurriendo, pero lo intuyes, porque la ceremonia te rodea en un halo místico que tu espíritu detecta y sigue aunque el oído no lo entienda.
¿Modo Ordinario o modo extraordinario?
No tengo la menor duda: ambos. Ambos son participación real del sacrificio de la cruz. Ambos te permiten asistir a la liturgia celestial, cada uno desde su propia perspectiva, del mismo modo que escalar la misma montaña desde lados diferentes te brinda diferentes perspectivas del mismo paisaje, ambas muy hermosas. La desacralización de la Litúrgia no es culpa de la forma ordinaria, es la forma en la que la celebramos, la forma ordinaria es muy hermosa si se celebra como debe ser, pero la adulteramos, bajo un falso sentido de participación del pueblo; creemos que es un espectáculo y dejamos de celebrar a Dios para celebrarnos (mal, además) a nosotros mismos, queriendo hacer la celebración amena y divertida, nos olvidamos que Nuestro Señor la instituyó para actualizar su Misterio Pascual, no para divertirnos.
Resulta que en la Misa Tradicional se cuidan estos aspectos porque a ella asisten sacerdotes y fieles que valoran la reverencia, el respeto y la sacralidad del Sacramento, pero si lo mismo hiciéramos en nuestras celebraciones del rito ordinario, encontraríamos una riqueza enorme en las Misas que hoy tanto descuidamos. Quiero creer que es lo que el mismo Benedicto XVI quiso provocar al permitir la celebración de la Misa Tradicional: que descubriendo el valor de la sacralidad y el temor de Dios que inspira La Misa Tridentina, la proyectáramos hacia la Misa postconciliar, enriqueciendo la participación y sus frutos espirituales.
La Misa postconciliar nos permite asistir con los cinco sentidos en la celebración, dándonos cuenta conscientemente de lo que sucede en todo momento, desgraciadamente no usamos esos sentidos para asistir al Misterio, distraídos por la falta del sentido de lo sagrado. Sentido de lo sagrado que nos permite experimentar ahora la Misa preconciliar, somos muy afortunados en tener la oportunidad de beber de ambas fuentes.
Seguramente no será la única vez que acudamos a la Misa Tridentina como familia, a todos nos dejó algo, ciertamente positivo, incluyendo a Andrés que era más reacio a ella. Ojalá puedas tú en breve tener la misma experiencia que nosotros.