La
vida del cristiano debe ser un continuo caminar para alcanzar en sí mismo la
estatura de Cristo, es decir, llegar a encarnar en su vida propia las palabras
del apóstol “ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”(Gal 2,20). Llegar
a reflejar en nosotros, ante el Padre, la imagen de su Hijo amado es una labor
en la que deberemos dedicar todos nuestros esfuerzos y representar para nosotros una santa obsesión: llegar a alcanzar la estatura de Cristo según la voluntad
del Padre.
Este
trabajo, que nos ha llevar toda la vida, es lo que en teología
espiritual se conoce como el camino ascético y místico de la vida cristiana,
camino con el que permitimos que Dios vaya labrando en nuestra vida mediante su
Espíritu Santo la imagen de su Hijo amado en nosotros. En esta labor, nosotros
sólo ponemos de nuestra parte la cooperación libre de la voluntad y total
entrega a su plan divino, casi nada, pero si no ponemos de nuestra parte ese “casi
nada”, Dios no podrá poner el “casi todo” que a Él le corresponde.
Para
lograr este crecimiento en nuestra vida, la Iglesia, a lo largo de su historia
milenaria, ha ofrecido a sus hijos, diferentes y variadas escuelas de
espiritualidad, todas de probada eficacia, de acuerdo a las condiciones
históricas y personales de cada uno de sus hijos. Sin embargo, todos estos
diferentes caminos convergen en una sola realidad colosal e imprescindible para
el cristiano: la celebración del Misterio de Cristo en su Liturgia. Llamamos
Liturgia a la celebración de los siete Sacramentos de la Iglesia, (de los cuales
la celebración Eucarística representa la cumbre y la fuente de todos los demás), y la oración pública de
la Iglesia, contenida en el Oficio Divino o también llamada Liturgia de las
horas.
Ningún
camino espiritual que tenga como finalidad llegar a Dios Padre mediante el
único camino otorgado a los hombres que es su Hijo Santísimo, Nuestro Señor
Jesucristo puede prescindir de la Liturgia, ya que los Sacramentos son la vía
ordinaria con la que Jesucristo derrama su Gracia sobre nosotros, Gracia sin la
cual, el crecimiento espiritual es imposible, como lo dijo nuestro Señor: “Sin
mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5)
El
cristiano tendrá entonces mucho cuidado de huir de cualquier espiritualidad
(dentro y fuera de la Iglesia) que le presente un camino que no pase por la
Liturgia, de manera particular por el Santo Sacrificio de la Misa.
Cuando
entendemos eso, nos damos cuenta del lugar protagónico que juega la celebración
de la Eucaristía en nuestra propia santificación, ya que si consideramos que la Liturgia es la prolongación en nuestra realidad terrenal de
la eterna Liturgia del cielo, resulta de manera natural llegar a la conclusión de que cada Misa a la que asistimos es la participación ya desde aquí y desde
ahora de la Gloria que algún día esperamos tener en el cielo. La Iglesia, al
celebrar el Misterio de Cristo, nos introduce en el cielo para gozar
anticipadamente de la Gloria de los bienaventurados.
Bajo
estas consideraciones, nos es más fácil reconocer, el papel tan importante que
tiene el canto en la celebración de la Santa Misa y la relevancia que tiene el
ministerio del coro en ella, de ellos dependerá la claridad con que la
celebración exprese su índole escatológica y espiritual de la cual hemos
hablado en los párrafos anteriores. Si bien, sabemos que los Sacramentos, por ser
acciones de Cristo, son en sí mismos eficientes para crear y otorgar la gracia,
de manera que nada podemos hacer los hombres para otorgarle más valor a una acción
ya perfecta y plena realizada por Jesucristo, también es verdad que la manera
en que “vistamos” esa acción litúrgica, ayudará a la Iglesia a expresar
y profundizar las realidades en ella encerradas, permitiendo a nuestros hermanos
ir creciendo cada vez en la conciencia de estas realidades, crecimiento al que
nos referíamos al inicio de esta reflexión.
Si reflexionamos en lo que hemos escrito hasta ahora, reconoceremos que el canto litúrgico, o mejor dicho, la liturgia cantada es en sí misma un camino de crecimiento espiritual que nos permite adentrarnos en los misterios de nuestra fe, ayudándonos en nuestra tarea de cooperar en la obra de Dios en nosotros: nuestra propia santificación.
Y
quise precisar la “liturgia cantada” antes que “canto litúrgico”, para aclarar algo fundamental: el canto litúrgico, más que ser un elemento musical que
agregamos a la liturgia o un repertorio con el que resolvemos “vacíos” que hay que
llenar con “algo” para que la asamblea tenga algo que escuchar o cantar para
que no se canse en la celebración, el canto litúrgico (decía) es parte integral
de la misma liturgia (SC 112), es decir, es (debe ser) la expresión cantada de
los mismos textos litúrgicos, para reflejar más fielmente su sentido,
permitiendo llegar más profundamente al corazón de los fieles. En palabras más
sencillas que usamos regularmente los coros: “Nosotros no cantamos
en Misa, nosotros cantamos la Misa”.
Es
por eso que no es posible cantar cualquier canto dentro de la celebración de la
Eucaristía, debemos ser muy cuidadosos y rigurosos en su elección, de manera que cada
canto utilizado sea reflejo fiel de lo que la Iglesia quiere expresar a
Nuestro Señor en ese momento, no olvidemos que, como decía el Beato Dom Columba
Marmión: “la Liturgia es el diálogo de amor entre Cristo y su esposa, la
Iglesia”, pues bien, los cantos que el coro elije en cada celebración, deben
ser fieles a ese diálogo que la Iglesia nos propone. Insisto: No podemos cantar
cualquier cosa sólo porque nos gusta o le gusta al sacerdote celebrante o a la
asamblea, debemos atender qué nos pide cantar la Iglesia en ese momento
específico.
Para eso, el coro debe conocer las recomendaciones que la misma Iglesia
propone para cada momento de la celebración (fidelidad al texto litúrgico en el
caso de los cantos del ordinario y de
las aclamaciones de la celebración, utilización de las antífonas de entrada, de
ofertorio y de comunión propuestas en el gradual, que el canto responda al
momento litúrgico que se está celebrando y al tiempo litúrgico que se está
viviendo, entre otros criterios más) recomendaciones que encontramos en la
Instrucción General para el uso del Misal Romano (IGMR por sus siglas) el coro
y director de coro que no haya leído estas instrucciones que nos da la Iglesia,
debe empezar por leerlas y atenderlas si quiere ser fiel al ministerio que
tiene encomendado. (Actualmente con la ayuda del Internet, sólo es necesario
teclear en cualquier buscador “IGMR” para poder acceder a ese material tan
valioso para cualquier ministro de la liturgia).
Cuando
el coro, fiel a las recomendaciones de la IGMR y atento a los textos
recomendados por la liturgia, logra, como ya antes dijimos, “cantar la Misa” y no solamente “cantar en Misa”, brinda un invaluable servicio a la Iglesia, convirtiéndose en un
instrumento por el cual da Gloria a Dios y coopera a la santificación de los
fieles de su comunidad. Dichoso el coro que logra esto en las celebraciones en
las que canta, de esta manera logrará hacer de la liturgia cantada un camino de
crecimiento espiritual para los miembros del coro y de la asamblea a la que
sirve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario