La
visita del Papa a Ciudad Juárez fue espiritualmente muy edificante, no
sólo por el mensaje que tuvo para nosotros el Santo Padre, fue la misma ciudad la
que lanzó un poderoso mensaje al Papa, al mundo, a México y, lo más importante,
a sí misma. Lo anterior nos debe llenar de orgullo pero, más importante, nos debe
llenar también de esperanza. Por eso quiero poner a consideración algunos detalles
que hicieron muy especial la visita a Ciudad Juárez dentro de la visita
pastoral de Su Santidad, Francisco.
La recepción más alegre del viaje apostólico.
Esta no sería
cualquier bienvenida: una orquesta de niños, un grupo enorme de monaguillos, adultos
que los cuidaban, todos en una tribuna impresionante y una explosión de alegría
fue la primera impresión del Papa al llegar a esta frontera. El mismo López Dóriga
que había cubierto la totalidad de la visita del Papa tendría que confesar: “Es
la recepción más alegre que ha tenido el Papa en esta visita”. Al ritmo de “La
cumparsita”, un tango tan tradicional en Argentina como en México es “El Cielito
Lindo”, se mostró una primer “probadita” de la calidez de esta ciudad.
La ciudad más arreglada para recibirlo.
No
fue la ciudad más bonita que lo recibió. La nuestra, es una ciudad llena de las
cicatrices de violencia y años de olvido gubernamental, sin embargo, sí era la
Ciudad con más pendones, espectaculares y mantas dándole la bienvenida. Hasta
el cielo quiso vestir su más hermoso traje azul, sin una sola nube y el día con
clima más benévolo de toda esta temporada invernal, antes de las tormentas de
arena de la primavera y el ardiente calor del verano.
El espíritu de acogida de la frontera se dejó ver.
En
el desierto, la hospitalidad es un valor imprescindible: sin ella el forastero
puede perder la vida ante las condiciones de la intemperie. Eso hace que los
habitantes de estas tierras seamos cordiales con el que viene de fuera, fue
hermoso ver como la gratuidad, la amabilidad y la acogida de los juarenses
lució en su máximo esplendor.
La ciudad que bendijo al Papa.
Al
llegar al CERESO #3 de Ciudad Juárez, el Papa pasó a un espacio donde estaban los
familiares de los internos, los saludaba y bendecía, de pronto se encuentra con
una mujer emocionada, seguramente madre de uno de los presos, que en su
sencillez, hace lo impensable: en vez de recibir la bendición del Papa, ¡le da
la bendición a él!, inmediatamente me recordó el momento en el que, al salir al
balcón de la Plaza de San Pedro el día de su elección como Papa y antes de dar
su bendición “Urbi et Orbi”, Francisco pidió la oración de todo el pueblo de Dios por él.
Unos reos al amparo de la Virgen de Guadalupe y acompañados de un preso
santo.
El
Papa bendeciría la capilla del CERESO #3 de Cd. Juárez, que levantaron los
mismos presos y en cuyo interior podían apreciarse, no podía faltar, una
hermosa réplica de la imagen de la Virgen de Guadalupe; pero también, y me
maravilló, un detalle muy hermoso: la imagen de San Maximiliano María Kolbe, el
preso del campo de concentración Nazi en Auschwitz, que daría su vida a cambio
de un padre de familia, dando consuelo y sentido al encierro del centro penitenciario.
Una enorme catequesis penitenciaria ofrecida por una interna del
CERESO.
Con
una altura teológica alcanzada, no por el estudio, sino por una estremecedora
experiencia de vida, una interna del CERESO, Evila Quintana, abría su mensaje con una denuncia:
“Su presencia aquí es un llamado para quienes se olvidaron de que aquí hay
seres humanos”, que luego pasaría a una reflexión llena de esperanza. Cuando
terminó, el pensamiento fue inmediato: “ni siquiera un obispo podría haber hablado
con una profundidad así”, este mensaje dejaría el terreno abonado para que Su Santidad dirigiera un
mensaje lleno de amor y misericordia hacia los internos y, al mismo tiempo, lleno de retos a la sociedad para crear estructuras
más justas que no excluyan, ni orillen a nadie a infringir las leyes. Cuatrocientos centros penitenciarios de México y Estados Unidos estarían participando en
este evento, que el Papa quiso convertir en un Jubileo de la Misericordia para los
presos.
Un báculo pobre para un pastor pobre.
Un
preso le regaló al Papa un báculo de madera, tallado por él mismo, bello, pobre, pero muy digno. El Papa, en cuanto lo recibió, dio instrucciones a su personal,
que de momento no conocíamos, pero que se notaban muy precisas y que
sólo hasta la tarde descubriríamos: ese báculo sería el que el Papa utilizaría
en la Misa de despedida.
Los prisioneros que evangelizaron al mundo.
Ver
el orden de los presos, su silencio, su respeto y lo más sorprendente:
quebrarse ante las palabras de consuelo del Papa, fueron un mensaje que, a los
que nos encontramos fuera, nos cuestionó. Uno de los momentos
más emotivos de ese día sería cuando el Papa se acerca a dos reos, toma la mano
de cada uno de ellos, ellos se arrodillan y, con lágimas en los ojos, rezan un momento con el Santo Padre. La sola imagen habría valido por todo el día. ¿Quién
no se quebró con las imágenes de reos llorando, perdonando y pidiendo por una
sociedad que los ha orillado a cometer errores y los ha excluido? Los reos de
Ciudad Juárez, ese día tuvieron un gesto de misericordia para con todos
nosotros.
Liderazgo femenino.
Los
juarenses que, tanto en la prisión como en el gimnasio del Colegio de
Bachilleres, se dirigieron al Papa, fueron mujeres; ambas, madres de familia. Cada una en su contexto, supo articular un mensaje fuerte y directo, al término
de los cuales cualquier juarense debería sentirse orgulloso. Era muy simbólico
ver a Deysi Flores dirigirse al Papa, mientras su esposo Jesús Gurrola cargaba
a su pequeña hija y cuidaba a su hijo. “Juárez se ha puesto de pie, pero no
queremos lanzar las campanas al vuelo”. Falta de valores, ausencia de los padres en la
familia por salir a trabajar, fueron los ejes de un mensaje lúcido y con total
conocimiento de la realidad social del mundo del trabajo y el tono más gracioso
de toda la visita: “cuidado, si toma agua de Juárez, en Juárez se va a quedar”.
La respuesta en el punto.
Todos nos preguntábamos
si llegaríamos a llenar el lugar, una ciudad sí, muy trabajadora, pero que por el
mismo trabajo a veces se muestra apática a las iniciativas comunitarias. Una Iglesia que
es activa, pero que nunca había dado un testimonio tan grande de fe Y GRANDE EN
TODA LA EXTENSIÓN DE LA PALABRA. Veíamos las transmisiones de las Misas en
otras ciudades y quedaba la inquietud de cómo nos iría a nosotros. ¡Y lo
logramos!, no sólo los ríos de juarenses y visitantes llegaron al punto, sino
que la alegría se desbordó, ¡y los gritos! No creíamos que en Juárez tuviéramos
tanto: ese coro, esa orquesta y tantos hermanos. Lo dijo Francisco: “¡México es
una sorpresa!”, y creo que los primeros sorprendidos fuimos nosotros mismos.
Una voz que clama en el desierto, frente al río.
Y
tenía que ser en Cuaresma, una cruz, un río, una malla y Pedro orando por los
que han muerto y por los que cruzan con esperanza de una vida mejor. Una
bendición que traspasaba la frontera, llegando a los que estaban detrás de la
malla que divide a dos países, pero no a los corazones. Seguramente esa cruz
será meta de muchas peregrinaciones, de los migrantes, pidiendo el amparo del
Señor en su viaje, pero también de personas que acompañaremos su camino con
nuestras oraciones y ayuda.
Un altar de piedra y un Cristo de madera labrada.
Totalmente
austero, propio de la Cuaresma, con tres enormes piedras extraídas de la sierra
de Juárez, respetando los colores del desierto. Y un Cristo traído de Belén por el
primer Obispo de la diócesis, Don Manuel Talamás Camandari, a quien todos
recordamos con inmenso cariño.
La oración.
El
encuentro con los indígenas se había dado el lunes en Chiapas, sin embargo, eso no
fue impedimento para que una mujer rarámuri presentara una de las peticiones de
la Oración Universal. Más tarde, el Papa,
como regalo para esta ciudad tan lastimada, celebró la Eucaristía con la
Plegaría Eucarística de la reconciliación.
El detalle para Nuestra Señora.
Al
final de la Eucaristía, el coro monumental tuvo un gesto muy bonito para
nuestra Señora: cantar La Salve, muy tradicional dentro de la liturgia católica. El Papa, que ya se preparaba para salir del presbiterio, detuvo la procesión de
salida y, mientras los obispos concelebrantes iban saliendo, se quedó a los
pies de la imagen de la Virgen de Guadalupe hasta terminar el cántico.
La visita pastoral llegaba a su
fin, y la producción televisiva en
repetidas ocasiones ponía a cuadro la cruz de los migrantes con el Río Bravo de
fondo y el hermoso atardecer de nuestra ciudad en el horizonte… y un
helicóptero de la patrulla fronteriza de los Estados Unidos. No cabía duda: Eso
era Juárez, una ciudad que daba testimonio de estar de pie y de una fe
acrisolada por el dolor y el desierto.