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sábado, 25 de junio de 2016

Cuando la noche cayó en Orlando.

         Siempre he pensado que si hoy el Señor volviera a este mundo, no en la majestad de su gloria, como lo esperamos todos los que aguardamos su regreso al final de los tiempos, no así, sino de la misma forma en la que bajó hace dos mil años: humildemente y con su mensaje de misericordia, amor y perdón.

         Siempre he pensado, repito, que si el Señor volviera a este mundo, no comería con publicanos y prostitutas, no; lo más probable es que buscara la compañía de homosexuales, lesbis y transgenero, sin culparlos, sin señalarlos, sencillo, viéndolos como lo que son en realidad: personas con virtudes y méritos excepcionales.

          Y tal como entonces, quienes se consideraran religiosos y amantes de Dios se escandalizarían por su actuar e incluso cuestionarían su autoridad moral, hasta llegar al extremo de buscar deshacerse de él para evitar el mal ejemplo.

          Estoy convencido de ello, ¿por qué nos sorprendería que nuestro Dios siguiera siendo el mismo Dios de hace dos mil años, el Dios de siempre? Él, que es la perfección sin tacha; Él, que es el Sumo Bien en sí mismo; Él, que descubre manchas en las mismas nubes del cielo y que había venido a estar cerca de sus hermanos, los hombres; Él, que ama a los pecadores hasta dar la vida por ellos, ¿podría dejar de buscar a los que son apartados, a los que son señalados, a los que son excluídos? Yo no lo creo.

          Y al igual que entonces, aunque no todos los publicanos se convirtieron y no todas las prostitutas cambiaron de vida, no por eso Jesús dejaba de llamarlos a estar con él y a volver su vida de cara a Dios; hoy también, muchos seguirían orgullosamente su estilo de vida, sin encontrar en la mirada del nazareno la llamada de un Dios que los quiere para sí y sin embargo, Jesús los seguiría llamando, los seguiría amando, porque el amor se da, no se vende a base de buenas acciones.

        Con esto, no pretendo justificar el estilo de vida de nadie, tampoco Jesús lo hizo cuando se quedó a comer con Zaqueo, al contrario, lo buscó para que dejara su anterior vida: pero lo hizo invitando, no condenando.

        No, no me extrañaría que nuestro Señor buscara a los grandes pecadores, no me conviene siquiera pensar otra cosa, porque yo soy uno de ellos y no tengo por qué lanzar la primera piedra.

        Pero lo que Jesús sí hizo fue dejar bien clara la verdad, aunque doliera: El plan de Dios en un principio era que el hombre se uniera a su mujer y formaran los dos una sola carne que no podría separarse ya. Dios los quería uno a él y a ella, aunque muchos,  con la mismísima ley de Moisés en la mano, sostuvieran que tenían el derecho a divorciarse, a ellos les dijo: "Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre". Jesús era misericordioso, sí, pero no podía faltar a la verdad, aunque no fuera políticamente correcto.

         Por eso, estoy convencido que, si bien Jesús buscaría y conviviría con la comunidad LGBTTTI en plan Dios, como sólo él sabe hacerlo y que llamaría hipócritas y sepulcros blanqueados a los que señalaran a sus hermanos como pecadores e indignos, también estoy seguro de que hoy en día, Jesús diría con Verdad: "El plan de Dios en un principio fue que el hombre se uniera a su mujer" y si ustedes, con las leyes en la mano proclaman que tienen derecho a formar una familia dos hombres o dos mujeres, Yo les digo: "En un principio, el plan de Dios no fue así". Por eso, aunque no juzgo a mis hermanos con preferencias sexuales diferentes a las mías (sólo Dios juzgará a todos al final) no puedo faltar a la verdad y aceptar el mal llamado "matrimonio" entre personas del mismo sexo, porque no responde al plan original de Dios, disculpen, en conciencia, no puedo.

         Para terminar, me escandalizó el comentario de un pastor protestante que se hizo famoso en Florida por decir, palabras más, palabras menos: "No me entristece la matanza de Orlando, al contrario, siento que ahora este país es más seguro, lamento que ese hombre no terminara el trabajo y los matara a todos" y continuaba: "me gustaría que el gobierno los agarrara a todos, los pusiera contra la pared y les volara la cabeza". Lo que más impotencia me dio fue saber que como él, muchos "cristanoides" piensan que lo sucedido aquella noche fue un castigo merecido.

             A esos tales, les tengo una anécdota que le sucedió a Jesús, nuestro Maestro, y que nos muestra cómo reaccionaría Jesús al conocer lo que sucedió hace unos días en Orlando. (Lucas 13,1-5):
      
              Llegaron unos a decirle a Jesús que Pilato había mandado matar a unos judíos en el mismo Templo de Jerusalén. Jesús les respondió: "¿creen acaso que aquellos judíos por haber muerto así eran más pecadores que ustedes?, les aseguro que no y si ustedes no cambian de vida..."

         Un cristiano nunca podrá alegrarse por la muerte de nadie, mucho menos por la muerte de gente inocente, como las personas muertas en el bar de Orlando.

        Inocentes, sí, porque no merecían morir; inocentes, porque alguien les arrebató injustamente su derecho a vivir y a ser mejores; inocentes, porque nadie puede tirar la primera piedra. Por ellos mi oración y desvelo de esta noche, que no vuelva caer la oscuridad sobre la humanidad como aquella noche, en Orlando.

         

         

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