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viernes, 5 de agosto de 2011

El cuarto dogma mariano: La gloriosa Asunción de María a los cielos

El más reciente dogma declarado formalmente por la Iglesia es precisamente este: María fue asunta a los cielos en cuerpo y alma, una declaración que se realizó el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950 en compañía de 700 obispos en la plaza San Pedro.
Sin embargo la asunción de María era una doctrina enseñada por la Iglesia mucho antes de que se declarara como dogma de fe.
"San Juvenal, Obispo de Jerusalén, en el Consejo de Chalcedon (451). hizo saber al Emperador Marcian y Pulcheria, quien deseaba obtener el cuerpo de la Madre de Dios, que María murió en la presencia de todos los Apóstoles, pero que su tumba, cuando fue abierta por pedido de Santo Tomás, se encontraba vacía; y que los Apóstoles concluyeron que el cuerpo había sido llevado al Cielo" 
Ya desde los primeros siglos, se recogen sermones de San Andrés de Creta (650-712), San Juan Damasceno (675-749), San Modesto de Jerusalén (634), San Gregorio de Tours (538-594) para la fecha de la dormición de la Virgen (expresión usada más comúnmente por la Iglesia de oriente). Lo cual muestra una devoción especial del pueblo de Dios a esta prerrogativa de Nuestra Señora.
La declaración formal del dogma de la Asunción de María es una consecuencia natural del anterior dogma declarado por Pío IX: La Inmaculada Concepción de María, ya lo mencionaba Pío XII en su bula de la asunción:
“Este privilegio -el de la Asunción de María- resplandeció con nuevo fulgor desde que Pío IX, definió solemnemente el Dogma de la Inmaculada Concepción. Estos dos privilegios están -en efecto- estrechamente unidos entre sí”.
             Y es que si maría es Inmaculada, como dice Santo Tomás de Villanueva: “no es justo que sufra corrupción aquel cuerpo que no estuvo sujeto al pecado”
A continuación, las palabras mismas que definen este Dogma, tomadas de la Bula Munificentissimus Deus:
“Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.
¿Qué implicaciones tiene este dogma con nuestra vida de cristianos?
El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica nos responde:
"La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos" (#966). 
Es decir, que ella ha participado anticipadamente de la resurrección que todos esperamos, ella es la prenda de nuestra gloria futura.
El Papa Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre la Asunción, explica esto mismo en los siguientes términos: 
"El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio" (JP II, 2-julio-97). 
            Por tanto esta verdad de la Asunción de María a los cielos debe llenarnos de esperanza y confirmarnos en nuestra fe, y más ahora en este tiempo en el que creencias absurdas y paganas como la de la “reencarnación” se han hecho tan populares en la sociedad globalizada que tenemos, es inconcebible que un cristiano, teniendo la esperanza en la resurrección de la cual ya ha participado nuestra Madre, ponga siquiera algún tipo de interés en la creencia de la reencarnación.
            Llenémonos entonces de esperanza sabiendo que la más bella y excelsa de nuestra estirpe, nuestra Madre María Santísima goza ya de la participación plena de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, que esperamos alcanzar un día en compañía de los ángeles y santos de Dios.

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