Lamentablemente se van multiplicando los casos de matrimonios rotos, en los que una persona abandona a su cónyuge para irse a vivir con otra persona diferente, es común también que después del terremoto anímico que esto constituye para la persona que es abandonada, quiera "rehacer" su vida con una nueva relación... pero, ¿puede según la doctrina de la Iglesia volver a tener una nueva relación, si ya se había casado por la Iglesia con su cónyuge?
La respuesta categórica es NO, la persona que es abandonada por la pareja con la que había contraído nupcias no queda liberada de cumplir con los votos de fidelidad a los que se comprometió el día de su boda, aunque la otra parte haya sido la que cortó la relación.
La situación en todo caso es compleja, lamentable, triste y preocupante, requiere toda una pastoral de acompañamiento, primero a los novios (para que sepan discernir su vocación al matrimonio), segundo una buena preparación pre-matrimonial (para dotar a las parejas de las herramientas para poder vivir plenamente en el plano humano y cristiano su Sacramento del Matrimonio), una oportuna pastorial matrimonial y familiar (que responda a las necesidades actuales de la pareja y la familia) y claro, una asesoría especializada para parejas y familias en conflicto, para sanar las heridas que pudieran tener los integrantes y en caso de ser inevitable una separación, un pastoral que permita a cada una de las partes vivir cristianamente desde su situación personal.
Sin embargo, la Iglesia, depositaria de los Sacramentos y de la verdad revelada, no puede cambiar la enseñanza recibida de Jesús respecto al matrimonio: "Quien se separa de su mujer para casarse con otra, comete adulterio" (Mt. 19,9). Veamos las razones de esta imposibilidad de establecer una nueva relación con otra persona:
La situación en todo caso es compleja, lamentable, triste y preocupante, requiere toda una pastoral de acompañamiento, primero a los novios (para que sepan discernir su vocación al matrimonio), segundo una buena preparación pre-matrimonial (para dotar a las parejas de las herramientas para poder vivir plenamente en el plano humano y cristiano su Sacramento del Matrimonio), una oportuna pastorial matrimonial y familiar (que responda a las necesidades actuales de la pareja y la familia) y claro, una asesoría especializada para parejas y familias en conflicto, para sanar las heridas que pudieran tener los integrantes y en caso de ser inevitable una separación, un pastoral que permita a cada una de las partes vivir cristianamente desde su situación personal.
Sin embargo, la Iglesia, depositaria de los Sacramentos y de la verdad revelada, no puede cambiar la enseñanza recibida de Jesús respecto al matrimonio: "Quien se separa de su mujer para casarse con otra, comete adulterio" (Mt. 19,9). Veamos las razones de esta imposibilidad de establecer una nueva relación con otra persona:
El sacramento del matrimonio es una alianza que por amor se realiza entre tres personas: El esposo, la esposa y Cristo. En esta alianza los esposos se comprometen entre sí y con Cristo a tres cosas:
1. A ser fieles
2. A amarse
3. A respetarse...
...por todos los días de su vida.
Esta promesa se realiza entre los esposos CON Cristo, porque el matrimonio es el sacramento por el cual los esposos se convierten en signo del amor de Cristo en el mundo.
¡Y ojo!, esta promesa es incondicional, es decir, no decimos: te seré fiel, te amaré y te respetaré siempre y cuando me seas fiel, me ames y me respetes tampoco decimos, mientras seas guapo, o mientras tengas pelo, o mientras seas simpático, ¡NO!, es una promesa incondicional, tan es así, que decimos expresamente: “Prometo serte fiel en lo prospero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad”.
Veamos cuál es la situación en la que vive quien abandona a su pareja para irse a convivir con otra persona (es decir el caso de la persona que abandona a su cónyuge):
Cuando una de las partes rompe esta promesa, le falla no solo al otro cónyuge, sino a Cristo mismo; y así, si hace vida con otra persona, comete adulterio y como la situación de vida que lleva es un constante y permanente fallarle al cónyuge y a Cristo (porque vive con esa otra persona), esta persona está viviendo permanentemente en pecado, de manera que no puede acercarse a los sacramentos, necesitaría confesarse, pero como para confesarse necesita tener “Propósito de enmienda” es decir, tener la intención de romper con la relación que lo está haciendo pecar y como normalmente quien vive con una persona que no es su cónyuge no está dispuesto a dejarla, pues no se puede confesar, porque no quiere enmendar su vida.
A este respecto el Catecismo de la Iglesia católica en su número 1650 nos dice:
“Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo ("Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio": Mc 10,11-12), que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio. Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia.”
Bueno, hasta ahora hemos hablado de la persona que abandona a la otra ¿qué pasa con la otra parte que es abandonada?
O.k. El hecho de que la otra parte haya fallado en su promesa, no libera a la persona que se queda sola de su obligación de cumplir con los votos matrimoniales, porque la promesa fue serle fiel, amarla y respetarla todos los días de su vida INCONDICIONALMENTE ¿aunque me sea infiel? Aunque te sea infiel... porque tu alianza no fue sólo con él, fue también con Cristo, esta alianza de tres fue rota por una persona, pero las dos que quedan deben respetar esa alianza para toda la vida... y Cristo siempre permanece fiel, otorgando las gracias necesarias a la persona que queda sola para cumplir con su promesa matrimonial.
Una persona cuyo matrimonio se ha roto, puede y debe seguir llevando una vida sacramental: comulgar, confesarse, etc. siempre y cuando no caiga en la misma condición de vida de la pareja que la ha abandonado, pues si hace vida de pareja con otra persona, cae también en adulterio y lo mismo que dijimos arriba de la situación permanente de pecado de la persona que ocasionó la ruptura se le aplica ahora a la persona que fue abandonada y que ahora vive con otra persona.
Si la persona que se queda sola, es fiel a sus votos matrimoniales de fidelidad, amor y respeto a pesar de que la otra persona no los cumpla, se convierte ante el mundo en un verdadero SIGNO DEL AMOR DE CRISTO que ama y es fiel, aunque los hombres nos olvidemos a veces de él y le demos la espalda. Ser signo del amor de Cristo es el ser del sacramento del matrimonio, de tal manera que tú seguirás viviendo tu sacramento a pesar de que tu cónyuge no esté contigo.
Como lo decía el beato Juan Pablo II:
“Es obligado también reconocer el valor del testimonio de aquellos cónyuges que, aun habiendo sido abandonados por el otro cónyuge, con la fuerza de la fe y de la esperanza cristiana no han pasado a una nueva unión: también estos dan un auténtico testimonio de fidelidad, de la que el mundo tiene hoy gran necesidad.” (Familiaris Consortio, 20)
Hay que considerar también que cuando se han tenido hijos en el matrimonio, si el rompimiento es doloroso para los hijos, el ver a sus padres, iniciar y terminar nuevas relaciones con otros adultos para volver a empezar otra relación, hacen que se vaya deformando su concepto de compromiso, amor y fidelidad, llegando al punto de que el matrimonio lo llegan a entender de una manera muy deformada: ya no es el compromiso de amor para toda la vida, sino simplemente un arreglo entre dos personas para amarse mientras dure la emoción y en ocasiones incluso, llegan a perder la fe en el matrimonio y en el amor, pues nunca pudieron ver en mamá o papá un ejemplo claro de amor y fidelidad para toda la vida.
Un hijo de Dios que se ha comprometido en matrimonio y que habiendo sido abandonado por su cónyuge no inicia una nueva unión, sino que consciente de la indisolubilidad del matrimonio se entrega por completo a sus deberes familiares (con sus hijos) y a las responsabilidades de la vida cristiana, se convierte sin duda en un faro para los hombres, mostrándoles el amor fiel y eterno de Dios y al mismo tiempo camina, no en soledad, sino con Cristo mismo que lo acompaña un camino de santidad.