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miércoles, 27 de julio de 2011

Cuando la devoción a la Eucaristía es un mal ejemplo para los demás.


El domingo pasado, 17° de tiempo ordinario asistí a una Misa en los Estados Unidos... yo vivo en una ciudad fronteriza con ese país y por motivos familiares tuve que quedarme el fin de semana entero y por ende, asistir a una parroquia con Misa en español.
                Debo decir que me sorprendió gratamente la manera en la que en esa comunidad se celebra la Liturgia de la Palabra, respetando los debidos silencios sagrados antes de iniciar la celebración, después de cada una de las lecturas y la forma en la que el sacerdote dirigió una homilía breve (15 minutos apenas) pero muy edificante y espiritual. Realmente se creó un ambiente que favorecía la escucha de la Palabra de Dios.
                Todo iba perfecto hasta que entramos a la Liturgia de la Eucaristía: al llegar el momento de la Plegaria Eucarística, yo estaba listo para ponerme de rodillas en cuanto iniciara, consciente de que en Estados Unidos se tiene la dispensa de la Santa Sede que les permite a los fieles mantenerse de rodillas durante toda la Plegaria Eucarística y no sólo durante la Consagración, como sucede en la mayoría de los países del mundo.
                Así pues, cuando después de la aclamación del Santo inició la Plegaria Eucarística, me puse de rodillas, junto con mis hijos pequeños, pero, ¡cuán enorme fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que NADIE (y lo digo con todas sus letras ¡ N A D I E ¡) de los que asistían a la celebración se puso de rodillas, ¡ni uno sólo!, todos permanecían de pie, pensé que se arrodillarían al iniciar la consagración como exige el rito en la mayoría de los países en los que se celebra el rito latino, pero todos sin excepción ignoraron olímpicamente la norma litúrgica que establece la Instrucción General para el uso del Misal Romano (IGMR) que es uno de los documentos litúrgicos escenciales en la Iglesia Católica, en su número 43:  “...estarán de rodillas (hablando de los fieles), a no ser por causa de salud, por la estrechez del lugar, por el gran número de asistentes o que otras causas razonables lo impidan, durante la consagración.”
            Mis pobres hijos, no sabían que hacer en ese momento, se sentían totalmente fuera de lugar, debo decir que en cierta forma yo también me sentía incómodo por la situación, sentíamos las miradas de los demás sobre nosotros de alguna manera recriminándonos el actuar de una forma diferente, recordé que la misma IGMR en su número 42 nos dice: “La uniformidad de las posturas, que debe ser observada por todos participantes, es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para la sagrada Liturgia: expresa y promueve, en efecto, la intención y los sentimientos de los participantes” Sí es verdad, pero la uniformidad de posturas se debe de dar respecto a las posturas que manda la misma IGMR, en definitiva, si vamos a uniformar nuestras posturas y movimientos, que sea para lo bueno, no para lo malo, claro que no estaba dispuesto a mantenerme erguido mientras se obraba el milagro de milagros en frente de mí y de mis hijos y menos cuando las mismas rúbricas instruyen que en ese momento los fieles deben permanecer de rodillas.
                En fin, permanecimos de rodillas mientras duró la consagración (como estamos acostumbrados nosotros en México) terminada la cual, nos pusimos de pie para volver a estar en concordancia con el resto de la asamblea. Ya no nos quedamos de rodillas (como era mi intención) durante toda la Plegaria Eucarística.

                Por mi parte me sentía muy molesto por ver la falta de reverencia de esa comunidad ante el Señor, ninguna de las razones que dispensan de la práctica de arrodillarse y que hemos visto más arriba estaban presentes y aunque en el templo no había reclinatorios, eso nunca ha sido una excusa válida para no arrodillarse.
                 En este caso es inadmisible según mi parecer argumentar la fuerza de la costumbre, las normas son claras y simplemente no me cabe en la cabeza, actuar de esa manera muestra en suma, o una gran ignorancia, o una gran falta de fe en la Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento.
                Pero mi molestia y asombro no pararían ahí...
                Llegada la hora de la comunión, nos formamos en la fila, comulgamos y hacemos lo que normalmente hacemos todos los católicos (bueno, debo corregir, "casi todos los católicos"): vamos a nuestro lugar y nos arrodillamos para pasar unos momentos de intimidad con el Señor, no me había percatado que nuevamente, ninguno de los asistentes que ya habían comulgado se habían arrodillado puesto que tenía los ojos cerrados, de pronto creo que el sacerdote celebrante ya no pudo aguantar más y se acercó a mí, para indicarme que me pusiera de pie... ¡qué puedo decir!?!?!?!? ¡El padre, se tomó la molestia de ir a levantarme yendo hasta mi lugar!, (obviamente lo que estaba haciendo era algo que ni siquiera era tolerable para él) Inmediatamente me puse de pie, no era un momento para discutir lo que se debe o no se debe hacer en misa, y al ponerme de pie, me di cuenta que toda la asamblea continuaba de pie.
                Bueno, estoy de acuerdo que el Misal Romano no dice expresamente que después de la comunión deba uno ponerse de rodillas, pero... si estamos en el momento de oración personal más intenso de la celebración, y siendo la postura de rodillas, la que mejor expresa y propicia este ambiente de recogimiento y adoración que se espera de este momento ¿no es este un momento adecuado para estar de rodillas contemplando y adorando a Jesús que ha venido físicamente a morar en mí?
                En fin... continuamos la celebración y como broche de oro, al terminar la misa noté que quien estaba purificando los vasos sagrados recién utilizados en la Misa... era un ministro extraordinario de la Comunión.
Es verdad que el Código de Derecho Canónico establece que un ministro extraordinario de la Sagrada Comunión, en caso de necesidad puede realizar las funciones propias de un acolito (entendiendo por acólito al varón que ha recibido la orden menor del acolitado) entre ellas la purificación de los vasos sagrados, (Canon 230,3) pero el de esa ocasión no era un caso de verdadera necesidad, no era un número enorme de vasos sagrados (apenas 3), sino que se le delegó esa responsabilidad al ministro extraordinario de la Comunión sólo por comodidad del celebrante.

Salí de esa misa, la verdad con un sentimiento difícil de describir: después de presenciar una Liturgia de la Palabra muy profunda y bella, me encuentro con una asamblea que ha perdido totalmente el sentido de lo sagrado.

Quiero dejar claro que de ningún modo estoy generalizando, diciendo que es un problema de una diócesis, un país o una cultura, claro que no, de hecho, yo y otros amigos hemos tenido la oportunidad de asistir a otras parroquias de esa diócesis en las que se respetan las normas litúrgicas, (de hecho esta ha sido la una parroquia en la que he vivido una situación así). 
  Ahora tengo un problema: En caso de volver a la parroquia en cuestión sería para mí algo inadmisible permanecer de pie durante la Consagración si no hay una verdadera razón para no hincarme y por otro lado, no quiero tampoco dar la impresión de que hago mi santa voluntad yendo contra lo que la asamblea normalmente hace con la anunencia de su párroco. En definitiva, la única salida que resuelve ambos conflictos es buscar otra parroquia donde asistir, seguro que encontraré fácilmente una parroquia en la que el cumplimiento de las normas litúrgicas y la devoción a la Sagrada Eucaristía no sea vista como un mal ejemplo para los demás...
 

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